Las dos caras de la derrota

David Héctor Galeano

La semana anterior Colombia sufrió dos derrotas internacionales. La primera y la más conocida, producto del azar que significa la ejecución de cobros desde el punto penal en la Copa América. La segunda poco conocida debido al silencio cómplice de los medios tradicionales, protagonizada en la 49o sesión de la Asamblea de la Organización de los Estados Americanos en Medellín.

La deportiva llevó al país a rasgarse las vestiduras hasta el límite que, Tesillo el valiente joven que erró el tiro, está siendo amenazado en compañía de su familia, además, desde los micrófonos los comentarios abundan como aves carroñeras asediando un cadáver putrefacto, no obstante, que los chicos de la selección dejaron en alto el nombre de Colombia.

La segunda, inmersa en una descomunal vergüenza, porque la aspiración del Gobierno nacional solo mereció el absoluto rechazo de la comunidad continental.

Paradójicamente el gobierno que “lidera” la salida del dictador venezolano, con base en un “cerco diplomático” y la presión política y jurídica de la OEA, encabezó junto a Brasil, Paraguay, Chile y Argentina, el derrumbe del Sistema Interamericano de Derechos Humanos (Sidh), responsable de contener las leyes de amnistía, investigar denuncias de tortura, desaparición forzada y violaciones a la libertad de expresión en las que se involucra el Estado.

Sin duda, es una crasa contradicción sustentar argumentos jurídicos ante el escenario internacional, para sacar de Miraflores a Maduro y por otra parte, unirse a países con antecedentes totalitaristas, para aniquilar una estructura jurídica que ampara a las minorías, sectores vulnerables y opositores de esos gobiernos afanados en socavar las voces de los contradictores.

La propuesta de los cinco gobiernos buscaba un “legítimo espacio de autonomía del que disponen los Estados” para legislar y fallar en los procesos en los cuales el Sidh tiene la facultad de intervenir.

Ante la palestra pública, se trataba de un aparente esfuerzo por contener las reformas al aborto, matrimonio igualitario y en general los logros que las comunidades minoritarias han alcanzado con tanto esfuerzo. Sin embargo, en el fondo es una manera de sacar del camino a ese componente de la OEA, que ha propugnado por llevar a los estrados judiciales a violadores de Derechos Humanos que durante los periodos dictatoriales, asesinaron, desaparecieron y torturaron a muchos civiles inocentes.

Causa mucha extrañeza que sea la autoproclamada “democracia más estable” de la región, la que se asocie con Estados que continúan en deuda con sus naciones, por no juzgar a aquellos asesinos que desde los palacios presidenciales se prolongaron en el ilegítimo poder a fuego y sangre.

En ese orden de ideas, dos derrotas sufrió Colombia la semana pasada. Una de la cual podemos quedar orgullosos, ya que fue la suerte la que doblegó al maravilloso onceno nacional. La otra, una vergüenza suprema debido a que la razón y el respeto a los Derechos Humanos primó a nivel continental, no obstante, que el “jugador local” buscó desmoronarlo.

Analista Internacional

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