La plata que deja una alcaldía

Camilo González Pacheco

Ser candidato a corporaciones y cargos de elección popular, por allá hace tres décadas, era relativamente fácil y sencillo: el candidato solo tenía que lanzarse y punto. Nada más. De entrada, ese ejercicio parece acomodarse a una práctica de democracia amplia, directa y participativa.

Y obvio, para una sociedad pequeña, sana, culta políticamente resultaba un ideal realizable. Pero, Colombia –para hablar en concreto- constituye hasta en el ejercicio de la política un Macondo inimaginable, y muchas historias políticas, también hacen parte de nuestro realismo mágico en esas actividades electorales.

A comienzos del siglo pasado, los terratenientes entendieron la importancia del Congreso de la República, para efectos de impedir sobresaltos en la tenencia de sus inmensos territorios, por lo general, de engorde y sin productividad alguna.

También comprendieron su trascendencia los abanderados de la construcción de la sociedad y el Estado, a partir del trabajo. Y claro está, de quienes concebían el Estado bajo el permanente influjo refrescante del hisopo las jerarquía de la iglesia católica, apostólica y romana.

Y de quienes imaginaban mejor organizada la Nación en forma federal o centralizada. O sea, donde la concepción del Estado y la Sociedad, constituían ejes de la predica política, -en lo que el Tolima aportó bastante- y no como ahora, donde el ejercicio de la política –sobre todo en algunas regiones- se orienta al enriquecimiento personal de unos cuantos bandidos que buscan trasladar a sus cuentas personales abultadas coimas obtenidas de millonarios contratos a entregados a sus cómplices delictivos.

De ahí la intención por demás sana de los Constituyentes de 1991 de fortalecer los partidos como vías institucionales de expresión ciudadana, propósito que está a mitad del camino, pero que con todo ha logrado avances importantes, entre ellos, que los candidatos sean de los partidos. O avalados mediante firmas. Pero, con principios de seriedad y visibilidad ante la opinión de las aspiraciones electorales.

¿Qué tal el Tolima sin esas mínimas barreras de contención?. Pues, los aventajados alumnos y militantes del ex – senador Juan Carlos Martinez, - que fueron parte de su organización- estarían (de pronto estarán en cercano futuro) recorriendo la región divulgando la premisa conceptual de su Maestro: “Es mejor negocio la política que el narcotráfico”. Y esta otra enseñanza: “La plata que deja una alcaldía no la deja un embarque”.

Y en el Tolima e Ibagué, algunos tristemente célebre personajes –vigentes electoralmente- han comprobado con muy buenos réditos la veracidad de aquella malévola enseñanza. Y, quieren regresar victoriosos. O, aspiran a seguir gobernando en cuerpo ajeno.

Lenta y bulliciosamente el panorama político en el Tolima empieza a despejarse. Aún no están bien definidas ni demarcadas las diferencias en las propuestas de los candidatos que se han lanzado al agua electoral.

Pero, para bien, los partidos como organizaciones democráticas se fortalecen. Ojalá el debate se centré en propuestas concretas de desarrollo integral para la región. Así pasaremos una oscura página política regional que nos lesiona y avergüenza.

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