Con prisa pero con tregua

Camilo González Pacheco

Quizá el más importante logro alcanzado hasta hoy en las negociaciones de La Habana sean las conclusiones de los imposibles que históricamente han tomado las partes en conflicto: la imposibilidad de llegar al poder a través de las armas -por las Farc- e igualmente -por el Gobierno- la imposibilidad de derrotar militarmente, en corto plazo, a las Farc.

Más que el acorralamiento militar alcanzado por Uribe -que jugó estratégicamente buen papel- la convicción de seguir luchando, en medio de tantos horrores, sacrificios y privaciones, sin ganar ni alcanzar absolutamente nada en el terreno político, parece que incide en buena medida en los mandos superiores de las Farc, y obvio, en la tropa, en persistir y llegar hasta el fin con la firma de un acuerdo de paz en poco tiempo. No se sabe a ciencia cierta si la visión de ELN sea compatible con el anterior enunciado o si, por el contrario, las armas y la confrontación en nombre de un pueblo que no les ha dado su vocería los lleven a permanecer en una guerra que sólo tendría un discutible y momentáneo efecto coyuntural sin peso estratégico ni trascendencia histórica en los campos misionales de esa prédica.

Pero, volviendo a los actores reunidos en La Habana, las conclusiones de los imposibles, que han llevado a los avances, también constituyen el tema de agite y descalificación de los enemigos del proceso. Por una parte, en cuanto las Farc no tienen justificación histórica en su estrategia final, pero no han sido derrotadas militarmente, aquí y ahora; y por otro lado, el Gobierno -según lo dicho por el Presidente- necesitaría supuestamente más de una década para lograr la victoria militar, costo demasiado cruel en vidas y en seguridad, teniendo en cuenta la capacidad desestabilizadora de los ataques indiscriminados a las población civil y los atentados al medio ambiente, sin hablar de los dolorosos hechos referidos al sacrificio humano en el personal de la fuerza pública.

La derecha colombiana -la rabiosa y la decente- exige al Gobierno dar a las Farc el tratamiento de una fuerza militar derrotada. Además, consideran -desde hace tiempo- que el Estado en cuestión de meses puede aniquilar totalmente, tanto militar como políticamente, a la organización subversiva. Y las Farc -por su lado- exigen un tratamiento de fuerza militar victoriosa, sin haber ganado, en ningún sentido esta larga y dolorosa guerra.

Por ello, la tregua constituye el único, eficaz y eficiente punto de encuentro, para no perpetuar los supuestos precedentes posibles de victorias que mantiene vigente la prolongación de la guerra. Cuestionar la tregua, implica dar por cierta la más controvertible tesis de análisis del conflicto: que alguno de los actores puede ganar la guerra en corto plazo. Cuando la verdad es precisamente la teoría contraria. De ahí la importancia de consolidar la tregua para llegar pronto a la también difícil etapa del post-acuerdo, en búsqueda de avanzar en el post-conflicto. Aún no hemos empezado.

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