Hasta luego

Camilo González Pacheco

Un aventajado columnista español, enseñaba ya hace varios años, que la regla esencial en la elaboración de cada una de sus artículos semanales, radicaba en “hacer notar, sin hacerse notar”. Cumplía, de manera tan estricta la consigna, que a estas alturas recordamos su sabia y trascendental enseñanza, pero –como en el clásico bolero- se nos olvidó su nombre.

Varios columnistas, con el sólo peso y reconocimiento de su nombre, superan de manera fácil el anterior escollo, por cuanto, a sus lectores les interesa el pensamiento y opinión del autor, más que el lado oculto, o muy poco visible, del hecho que a primera vista pasa desapercibido, y que al final, permiten entender el significado coyuntural o estratégico de un hecho determinado, por lo general de contenido político.

Otros columnistas, no se van por las ramas buscando en las nubes lo oculto de los hechos, sino que se paran valientes y de frente, como avezados guerreros delante de sus contrincantes -por lo general delincuentes de alta alcurnia- y lo fulminan ipso facto, con un artillería probatoria de tal peso que lo hunden penalmente, o lo convierten en un penitente muerto en vida, con lápida permanente de bandido cargada a perpetuidad en sus espaldas, ante la mirada casi siempre indiferente de sus conciudadanos.

Pocos columnistas, logran el milagro –por demás difícil- de arrancar una sonrisa o una carcajada, al afortunado lector que alcanza ese pasajero deleite existencial de identificarse con la mirada graciosa del autor ante una circunstancia o un suceso que el también ve, pero sin la magia del contrasentido.

Otros, en sus columnas enseñan. Así a secas. Con solemnidad y sin adornos literarios: saben lo que dicen. Y punto.

Para muchos, una columna que contenga todos los anteriores atributos, podría calificarse de buena.

El goce de muchos columnistas está en insistir, persistir, buscar, corregir, plantear, replantear términos, frases, conceptos, argumentos y lograr plasmar una reflexión convincente, sobre un tema determinado en un espacio bastante limitado. Ahí está el esfuerzo, que a la vez es un deleite, y como todo goce, parte de la felicidad existencial.

Pues bien, en el caso de éste modesto columnista, ese esfuerzo se ha visto limitado temporalmente a partir de la decisión del nuevo Alcalde de Ibagué, de incluirme en su equipo de gobierno. Motivo por el cual dejará de aparecer los viernes en El Nuevo Día, ésta columna cuyo título “Disparos al Aire”, fue tomado del poema de León de Greiff, Relatos de Guillaume de Lorges, que transcribo a continuación:

“Yo, Señor, soy acontista

Mi profesión es hacer disparos al aire.

Todavía no habré descendido la primera nube

Más, la delicia está en curvar el arco

Y en suponer la flecha donde la clava el ojo”.

Ahora, nos toca ayudar a descender la nube de la democracia participativa a la realidad económica, política, social y cultural de Ibagué y el Tolima. Ahí también está la delicia. Hasta luego.

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