Con la misma bandera

Camilo González Pacheco

En muy pocos momentos de la historia patria, como en el presente, la izquierda democrática ha tenido un ambiente más propicio y fértil, para romper la eterna marginalidad política en que ha sobrevivido y poder convertirse en una opción real de poder.

Pero también, nunca antes había estado tan atomizada, dispersa, marginal y enfrentada. El momento es propicio, porque en el fondo de la controversia política nacional, está como motor inmóvil, nada más ni nada menos que el tema de la paz: para apoyarla, afianzarla y convertirla en un deber y derecho real de todos los colombianos.

Todo avance democrático, en estas condiciones, y con esa proyección estratégica, implica avanzar en convivencia, que es otro de los nombres claves de la paz.

En esencia, el próximo debate electoral para elección de Presidente de la República, tendrá que girar alrededor de las concepciones sobre la paz. En una primera instancia, como un proceso sin derrotados ni vencidos militarmente, y en una segunda, como la implementación de reformas y cambios que permitan superar los problemas de marginalidad, pobreza, discriminación y violencia.

La derecha, se opone –entre otros- a los cambios que generen igualdad social. La reciente reforma tributaria, metió la mano al bolsillo de la clase media, pero no esculcó las multimillonarias cuentas bancarias que obtienen ganancias dentro de nuestras fronteras.

Las tributaciones crecen para las clases populares y medias, pero los grandes terratenientes no tributan acorde con su capital representado en las miles de hectáreas ociosas.

La salud no es un derecho para el pueblo; tampoco la educación. Para avanzar en paz, se requieren las reformas que permitan igualdad y equidad. Las necesarias reformas agraria y tributaria, -siempre aplazadas - que no han tenido juego real en los últimos siglos.

Lograr el consenso alrededor de la implementación y avance en reformas, parecería ser la justificación del papel de la izquierda democrática, en estos momentos. Entre otros motivos, porque ubica los dos bandos claramente definidos: los amigos del cambio estructural, y los contradictores del mismo.

Parecería raro, pero frente a las reformas estructurales, Santos y Uribe, militarían muy bien camuflados en el mismo bando. También en la lucha contra la corrupción.

Por ello, el justo y necesario esfuerzo de erradicar la corrupción, como bandera de unidad de la franja democrática nacional, no tiene sentido. Sencillamente porque es una bandera, que la levantan por igual, izquierda y derecha, y, sobre todo, los corruptos que gozan en la actualidad –algunos de ellos por poco tiempo- del derecho de presunción de inocencia.

Además, porque no avanza en cambios reales de contenido democrático y social. O sea, no conquista espacios reales de paz.

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