¿El poder para qué?

Camilo González Pacheco

Una de las causas que originó, a partir de mediados del siglo pasado, el desbarajuste social e institucional del país lo constituyó la alternativa del enriquecimiento rápido, que se evidenció de manera real a través del narcotráfico y la corrupción política. Y obvio, con el maridaje entre esas dos funestas expresiones criminales, en especial en áreas del ejercicio político electoral.

En esas condiciones el bien común quedó subordinado al interés particular, y el Estado, con su oligárquico modelo de crecimiento económico, al servicio de causas distintas del desarrollo integral de la nación. En especial, el poder que institucionalmente, como lo enseñó Darío Echandía, debería de estar orientado a la implementación y ejecución de políticas públicas en favor de la comunidad.

En este sentido, se puede entender en toda su dimensión la célebre frase: El poder ¿para qué?, pronunciada con prolongado acento opita por Echandía en difíciles momentos de crisis institucional. Es decir, si el poder no tenía como función consolidar el Estado en beneficio de las mayorías sociales, no cumplía su finalidad esencial.

Sin embargo, la historia patria reciente nos ha evidenciado, el sentido de la célebre frase, interpretada perfectamente al contrario, es decir, el poder al servicio de la corrupción, el crimen, el enriquecimiento ilícito, personal y rápido.

Para la muestra sólo tres trágicos botones: el poder para amarrar dolosamente multimillonarios contratos de infraestructura, tipo Odebrecht. El poder para consolidar el clientelismo, la politiquería y la corrupción a nivel local, regional y nacional, en beneficio exclusivo de organizadas mafias de la politiquería. El poder engavetar procesos, dilatar fallos judiciales, decidir en contubernio con los apoderados de determinados procesados, o sea, para prostituir y vender la justicia, desde los más modestos juzgados hasta la propia Corte Suprema de Justicia, como se ha demostrado a través del ya tristemente célebre cartel de la toga. Los corruptos, sí saben responder, a su amaño y antojo, la pregunta de Echandía.

De ahí, la importancia de recordar su balance existencial. Decía Echandía:

“¡La vida ha sido demasiado generosa para mí, tan generosa que me ha permitido llevar con desenfado, sin pesadumbre, el lujo exquisito de ser pobre… Soy un verdadero empleado público, que entró pobre al Ministerio para salir más pobre de él”.

Vale la pena rememorar la vida y obra del maestro Darío Echandía, precisamente hoy 13 de Octubre, cuando se conmemoran 120 años de su nacimiento en Chaparral. Sobre todo, en la dimensión de dignidad pública, de no abusar de la autoridad en beneficio personal, sino en función de garantizar el ejercicio pleno de derechos fundamentales de las personas. Entre otros, el de poder volver a pescar de noche.

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