Los héroes discretos

Camilo González Pacheco

Muchas de nuestras ciudades y pueblos, rinden periódicamente homenaje a sus conquistadores, entre otros, a Pedro de Heredia, Sebastián de Belalcázar, Gonzalo Jiménez de Quesada, Andrés López de Galarza, erigiéndoles estatuas, monumentos y asignándole su nombre a plazoletas, colegios, escuelas, museos, avenidas y otros lugares de interés público.

De otra parte, los textos de historia patria, hasta hace poco, eran un recuento acrítico, insulso y descontextualizado de nuestro acontecer histórico. Según tales relatos, aquí llegaron no hombres crueles, llenos de intereses y de codicia, sino casi unos ángeles, que nos enseñaron la verdadera religión y nos legaron su cultura.

Lo sucedido en la conquista, fue un verdadero genocidio, que arrasó con pueblos enteros, como lo resaltan prestigiosos historiadores, en recientes estudios, entre ellos Antonio Caballero (Historia de Colombia y sus Oligarquías) y Jorge Orlando Melo (Historia Mínima de Colombia).

Caballero, apunta que el noventa y cinco por ciento de los pobladores indígenas de América, perecieron en los primeros cien años después de la llegada de Colón. Pasaron de unos cien millones a sólo tres, como consecuencias de las matanzas, de los malos tratos, de las inhumanas condiciones de trabajo impuestas por los nuevos amos y, en especial por las pestes. Y en Colombia, según Melo, en un periodo aproximado de sesenta años, la población indígena de cinco millones pasó a un millón doscientos.

En este contexto, es justo reconocer también las hazañas de nuestros indígenas y caciques a quienes percibimos acaso, como héroes discretos, que fueron grandiosas, por su enorme valentía de enfrentarse con cuerpos desnudos, plumas, lanzas y macanas, nada más ni nada menos que a ejércitos invasores protegidos con sus pesadas armaduras, arcabuces, perros amaestrados. Y montados, sobre seres que les infundían tanto miedo porque nunca los habían visto: los caballos. Soportaron también torturas y vejaciones indescriptibles, llegando hasta el suicido masivo como límite de su sufrimiento.

Tal epopeya la narra Juan de Castellanos en su Elegía de Varones Ilustres de Indias : “Y ansí fue que los hombres que vinieron / en los primero años fueron tales, / que sin refrenamiento consumieron / innumerables indios naturales: / Tan grande fue la prisa que les dieron / En uso de labranza y metales, / Y eran tan excesivos los tormentos / Que se mataban ellos por momentos”.

De ahí, la importancia de homenajear en estas efemérides de octubre, a nuestros héroes indígenas, que ofrendaron sus vidas hasta perderlo todo, entre otros muchos a Quemuenchatocha, Tundama, Tisquesusa, Sagipa, Nutibara, la Gaitana, Upar y nuestro cercano Cacique pijao Calarcá.

Ellos defendieron, lo suyo, que a la vez era y es lo nuestro.

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