El silencio de las pistolas

Camilo González Pacheco

Silenciados ya miles de fusiles, muchos de los cuales reposan eterna y afortunadamente en el físico piso, más concretamente en el antimonumento plano “Fragmentos” de Doris Salcedo, corresponde ahora silenciar las pistolas, dentro del sano y loable propósito de búsqueda de paz estable y duradera para Colombia.

En otras palabras, enfatizar en convivencia urbana, sin descuidar la apaciguada violencia rural, que todavía evidencia con periódicos zarpados de muerte, su trágica y dolorosa vigencia en algunos olvidados territorios nacionales.

Palabras más, palabras menos, persistir en el propósito de avanzar objetivamente en el desarme de los colombianos. Contrario claro está, al boquete presidencial en este sentido, abierto con la expedición del polémico decreto de noche buena – el 2362 del 24 de diciembre- que prorroga la suspensión general de los permisos para el porte de armas en todo el territorio nacional, pero que incorpora en un soterrado párrafo de última hora, facultades al Ministerio de Defensa para que vía decreto, en las regiones y sus respectivas guarniciones militares, pueda reglamentar el porte de armas, expidiendo autorizaciones especiales a partir de unas llamadas “condiciones particulares” que aún no se han precisado.

Conocedores del tema, auguran que con un solo renglón de este decreto, resucitan en plenas fiestas de navidad y año nuevo, los legítimos herederos de las Convivir. Nada extraño, teniendo en cuenta que sus principales promotores son parlamentarios del círculo más radical y cercano del Presidente Eterno.

Varios estudios, por demás académicamente bien sustentados, en relación con violencia y criminalidad en el país, han demostrado que cuando existe restricción del porte de armas, los homicidios disminuyen.

La mayoría de ellos, se ejecutan con armas de fuego, en especial con armas ilegales, sin permiso alguno. Un dato, para asombro en este sentido: el año que acaba de terminar, entre enero y noviembre, se incautaron por la Policía 20.313 armas de fuego. De ellas, 18.636 no tenían permiso alguno, o se ilegales. Sólo 1.565 tenían salvoconducto.

Se calcula, que por ahí apretadas por cinturones de muchos ciudadanos, o en carteras ejecutivas y de trabajo normal, se encuentran entre 1.3 y 4.5 millones de armas sin ningún control. En espera de ser utilizadas, a partir de unos tragos de más de sus tenedores, en la tienda del barrio, o a una disputa cualquiera relacionada con querellas de tránsito, faldas o fútbol.

Mientras más gente armada circule por el país, más violencia se avizora en la vida cotidiana. Y al contrario, mientras más desarmados estemos, tendremos más paz y convivencia ciudadana. Lógico concluir, que es necesario jalarle con seriedad al desarme cotidiano. Y resolver las diferencias sin violencia. Así de sencillo.

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