Estrella del norte

Camilo González Pacheco

Soplan tenebrosos vientos de guerra. Amenazas abiertas, disimuladas o soslayadas. Silencios, ambigüedades y reticencias. Así ha sido, en primer lugar, el comportamiento de la Estrella del Norte, Estados Unidos, comandada por Donald Trump, el Presidente más peligroso que ha tenido esa nación, según lo ha sostenido Bernie Sanders, excandidato demócrata a la Presidencia de ese país.

Marrullero y retrechero el comportamiento del gobierno de Colombia, que a pesar de haber sufrido lo indecible en sus múltiples violencias, con un conflicto armado de más de cincuenta años, aguantando por ello, toda suerte de padecimientos , juega a la guerra en condición de lacayo, en una peligrosísima y equivocada estrategia para derrocar el régimen de Maduro.

Redobles de tambores de hojalata que pueden convertirse, efectivamente en resonantes de guerra. Por ello, con pleno conocimiento, Colombia deja el disimulo y dice, por fin, expresamente, propender por una solución diplomática y pacífica.

No puede ser en este momento la Estrella del Norte nuestra guía, ya que sólo está defendiendo sus propios intereses: su preocupación radica en el petróleo y los recursos naturales de Venezuela. Y, en evitar el dominio y la influencia de otras potencias como Rusia y China, en su patio trasero, solapando todo ello, bajo el manto sagrado de la defensa de la democracia.

Fue un fracaso el plan establecido por el gobierno de Estados Unidos para provocar una insurrección popular o un golpe de Estado, el pasado veintitrés de febrero en Venezuela; solo logró un extraordinario concierto y la deserción de un pequeño grupo de militares; no pudo pasar la mal llamada ayuda humanitaria, a la que no se vincularon organismos de la Onu y la Cruz Roja Internacional, por cuanto la misma, tenía claros fines políticos y con ello se violaban los principios rectores que deben regir este tipo de acciones: humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia.

Por lo anterior hay que mirar soluciones que tengan los menores costos políticos, y sociales a la crisis venezolana, tales como el pluralismo, elecciones libres con participación de todas las fuerzas políticas, incluido el chavismo. La ONU y la Unión Europea, deberán supervigilarlas y garantizar sus resultados y transparencia, dada la desconfianza de las partes enfrentadas. Asegurando así, una transición y transmisión pacifica del poder, que permita la implementación de todas las estrategias para la recuperación del país bolivariano. Lo cual redundaría, en beneficio de toda América Latina. Y, en especial de los países limítrofes, como Colombia, que soporta graves afectaciones.

No se advierte una solución mejor ahora que el gobierno venezolano parece dispuesto a aceptarla. La salida es la política; lo otro sería muerte y desolación en Colombia y Venezuela.

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