Blancos legítimos

Camilo González Pacheco

En este país avanza la desesperanza y la desazón. Nos ilusionamos con el proceso de paz y la firma de los acuerdos. Fuimos muchos los colombianos -no todos- los que nos sentimos complacidos al ver a los miembros de la cúpula de las Farc en Cartagena, de guayabera blanca, en medio de muchos Presidentes y delegados de otras naciones, en la ceremonia de la primera firma de los Acuerdos.

Los colombianos, sabíamos que no iba a ser fácil su implementación. Pero soñamos, no como los recién casados en ser felices, sino con vivir en paz. No tardó la cruda realidad en imponerse. No todos los insurgentes se acogieron o fueron abarcados por los Acuerdos, quedando vivo parte importante del conflicto, a más de toda suerte de actores armados, bandas del narcotráfico y grupos criminales de toda laya, que solo pretenden el apoderamiento de territorios a sangre y fuego para expandir sus prósperos e ilícitos negocios.

Luego se perdió el plebiscito que obligó a su renegociación. Vinieron las elecciones presidenciales y ganó el Centro Democrático, con su consigna de hacer trizas la paz. Y a fe, que lo está consiguiendo, pues con sus ataques reiterados a la paz, creó una crisis de credibilidad en muchos excombatientes haciéndolos retomar las armas.

Se han exacerbado los asesinatos de líderes sociales, defensores de derechos humanos, autoridades indígenas y representantes de los pueblos indígenas. Igualmente de reinsertados, que están cumpliendo cabalmente con sus obligaciones en sus propios espacios territoriales, y también, tristemente, volvieron los nefastos, falsos positivos.

Se percibe un país dividido. Uno en el cual, élites defienden a capa y espada sus derechos, sus propiedades, sus ganancias. Otro, en donde los más vulnerables sufren las consecuencias atroces de la pobreza y marginalidad: niñitos quemados en sus casuchas de miseria y soledad, como pasó en Bogotá y Barranquilla. Pequeños buscando comida podrida en los basureros de Maicao y Puerto Carreño, compitiendo con los gallinazos.

Menores en los territorios más olvidados del país, siendo víctimas del crimen de lesa humanidad de reclutamiento forzado, por toda suerte de hampones. Niños a los que el Estado solo llega, no para su protección y el “restablecimiento de sus derechos”, sino en forma de bombas de alta precisión, en operativos impecables.

No es cierto, que los niños puedan ser blancos legítimos si son combatientes, pues ellos tienen derecho a una protección especial reforzada, justamente por su inmadurez física y mental. Así lo establecen todos los Estatutos Humanitarios. El test para determinar si un niño es combatiente tiene que ser mucho más exigente. Existen vacíos y discusiones legales al respecto, pero es imperativo que en cualquier decisión, prevalezcan sus Derechos Fundamentales.

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