Un gigante adormilado

Guillermo Hinestrosa

El pasado fin de semana recorrí lugares que hacía tiempo no visitaba. El sábado en la mañana caminé el sendero de Calambeo a Ambalá: 2,4 kilómetros que usan campesinos, caballistas, atletas y ciclistas. Nos sirvió de guía un ornitólogo, profesor del Conservatorio Amina Melendro, que munido de cámara fotográfica, prismáticos y un par de libros, instruía sobre las aves endémicas y migratorias, destacando entre estas últimas un grupo de pájaros pechiamarillos que yo creía más colombianos que la aguapanela. Explicaba que, como las águilas cuaresmeras, vienen de Canadá por esta época del año. Nos topamos dos improvisados botaderos de basura a menos de quinientos metros de la vía que lleva a China Alta, lo que amerita la vigilancia no solo de las autoridades, sino de los vecinos de Ambalá.
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Justo después del cruce observamos un polideportivo a medio construir, en mitad del bosque. Preguntamos si se trataba de un colegio y el cuidandero respondió que era la sede social de 130 casas que estaban loteando. Levanté los brazos para señalar la frondosa arboleda y su respuesta fue sacar la lengua, cruzando la afilada uña del dedo índice por la garganta. A poco encontramos la muralla de edificios que arrasan el piedemonte de la vereda Ambalá. No le bastaron al POT las 2.300 hectáreas libres para urbanizar, sino que permitió invadir los cerros morada de fauna, flora, que regulan nuestro clima y producen el principal recurso natural del Siglo XXI: el agua.

El domingo tomé la avenida Picaleña, desvié por la variante que da a la vía a Cajamarca y vi cómo los ibaguereños, carentes de espacio público, se han apropiado de la franja que hay entre la calzada occidental y la ciclorruta. La gente estaciona sus vehículos en la estrecha berma, pone música, extiende el mantel sobre la grama, saca el fiambre y almuerzan abrigados por la arboleda. Eso sí: no hay canecas, bancas, mesas, alumbrado, ni vigilancia; el chichí y el popó tocan detrás de un arbusto.

El Parque Deportivo se construyó cuando éramos menos de 150.000 habitantes. En cincuenta años vamos para 700.000 y no hemos agregado nada parecido; no obstante, el municipio y Coldeportes lo destruyeron y Luis H. se negó a recibirles a los señores de la Hacienda Santa Cruz una cesión de más 40 hectáreas, para levantar otro parque de similares características. 

Persuadido de que pese a tantos desaciertos podemos atraer turismo deportivo, estableciendo un carril exclusivo para ciclistas por el alto de Gualanday, conduje hasta el tradicional corregimiento de Coello, hoy un poblado semi fantasma: ya no hay comercio de quesillos, salpicón, helados, ni almuerzos para viajantes y conductores. Al preguntar la manera de pasar al otro lado me señalaron el puente que construían, pero aclarando que debía tomar la ruta a Chicoral y doblar por el Cenop (Centro de Operaciones de la Policía), si quería regresar a Ibagué por la vía a San Luis, del otro lado del cañón.

Quedé maravillado. El Tolima pudiera hacer uno de los más bellos parques de Suramérica en el perfil del famoso “Indio Acostado”, que se muestra majestuoso en el horizonte de la doble calzada que viene de Girardot. En las entrañas de ese cerro se levanta un paisaje sin igual. El valle y las mesetas que se empinan sobre el cañón del Coello admiten cable aéreo, parapente, senderismo, ciclomontañismo, avistamiento de aves, balsaje, atracciones acuáticas, alojamiento, restaurantes. Decenas de oportunidades para detener al turista y devolverle la vida a ese poblado que agoniza y pudiera convertirse, en el día, en epicentro deportivo y recreativo, y en la noche en una zona rosa, donde nuestros músicos recreen a los turistas. El parque de El Indio Acostado.

Podríamos hacer maravillas si tomáramos conciencia de nuestros verdaderos recursos y le pusiéramos orden al caos urbano y la impune depredación ambiental. Existen mecanismos como las Unidades de Planeamiento Zonal, las “fichas normativas” o el Consejo Asesor del Patrimonio Municipal.

Soñar no cuesta nada. En las tierras del Indio Acostado, como lo escribió el poeta Julio Flores: “Todo nos llega tarde… ¡hasta la muerte!”.

GUILLERMO HINESTROSA

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