Fin de la Casa del Tolima

Guillermo Hinestrosa

Bogotá alberga al menos 500 mil tolimenses. El éxodo ocurre desde siempre. La violencia política del Siglo XX gestó una tradición migratoria, aupada en el Siglo XXI por el desempleo juvenil, el más alto del país. Desde siempre exportamos talentos. Ilustres apellidos de esta tierra hoy hacen parte de la alcurnia bogotana: Samper, Lozano, Rocha, Laserna, etc. Otros nacieron aquí, pero se hicieron a pulso en la capital. 
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Las crónicas sobre el arribo al altiplano de Manuel Murillo Toro, Darío Echandía, Alfonso Reyes Echandía o Alfonso Gómez Méndez apenas difieren en pequeños detalles: intelectos privilegiados de origen humilde, que emigraron para hacerse a un lugar en la historia nacional, a punta de estudio, disciplina y trabajo. 

En un país centralista, departamentos como Antioquia, Valle, Boyacá, Caldas, Santander, Quindío, Huila, entre otros, han erigido sedes que fungen como consulados de su diáspora en Bogotá. En ellas atienden a sus coterráneos venidos a estudiar, conseguir una oportunidad laboral con sus paisanos ricos o mejor ubicados, reafirmar su identidad regional o simplemente a morigerar la nostalgia, reencontrándose con viejos y queridos amigos. También sirven para que alcaldes y funcionarios departamentales tengan donde despachar sus asuntos, mientras abogan en los ministerios por recursos que suplan las ingentes necesidades de sus regiones.  

Desde mediados de los 80 los tolimenses contamos con una elegante residencia, estilo inglés, en el tradicional barrio Teusaquillo, contiguo al Parque Nacional. En múltiples ocasiones asistí a actos culturales, empresariales e institucionales programados por artistas, hombres de ciencia, emprendedores y políticos. Un funcionario de la Gobernación, con rango de secretario de despacho y el solemne título de Agente Fiscal, coordinaba las actividades. 

Y digo coordinaba, porque supimos que la Cámara de Comercio de Ibagué dio por terminado el comodato suscrito con la Gobernación del Tolima. El departamento no se dignó pagar los impuestos prediales de los últimos seis años y descuidó el mantenimiento, al punto que las instalaciones amenazan ruina. Un portavoz del gremio le declaró a El Olfato: “Recientemente la Gobernación del Tolima entregó la Casa del Tolima a la Cámara de Comercio de Ibagué, por lo tanto, desde la CCI se vienen adelantando las acciones correspondientes para realizar arreglos y adecuaciones internas luego de recibir la propiedad”. 

Llama la atención que el incumplimiento y la negligencia se hayan dado en los periodos de Oscar Barreto y Ricardo Orozco, cuando teníamos entendido que los nexos entre el ente cameral y el departamento eran fluidos y profesionales.  

La noticia es que la Cámara acaba de vender el icónico inmueble y los tolimenses nos quedamos sin embajada pijao en Bogotá. Ya no habrá punto de encuentro para conmemorar nuestras festividades o simplemente para disfrutar de un Tapa Roja, una lechona sin arroz, un masato y unas achiras, cada vez que el Deportes Tolima gane otra estrella, o los aires del San Juan nos dispongan a bailar y cantar las danzas de nuestra amada “Tierra Firme”. 

Entiende uno la decisión de la Cámara de Comercio al ver la suerte corrida por lugares emblemáticos, como la casa en la que muriera Jorge Isaacs, en Ibagué o aquella en la que creció y se inspiró el poeta Álvaro Mutis, en la vereda CoelloCocora. Si esa es la desidia y el desinterés de nuestros gobernantes con el patrimonio cultural y arquitectónico propio, qué podrá esperarse con el cuidado de los bienes ajenos.

GUILLERMO HINESTROSA

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