In God we trust

Guillermo Hinestrosa

En 2020 las iglesias colombianas declararon ingresos por $4.1 billones y patrimonio líquido por $11,4 billones. Las fortunas de los mega pastores son inmensas.
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La Misión Carismática Internacional acapara cinco manzanas entre las avenidas Las Américas y NQS; El Lugar de Su Presencia y Casa Roca hacen lo mismo en La Castellana y Chicó Navarra, amén de decenas de templos en las mejores esquinas de las capitales, sedes en Estados Unidos, España, Argentina, Panamá, Perú, Paraguay, Chile, entre otras.

En el primer debate de la reforma tributaria se aprobó que paguen impuesto de renta del 20 %, pero ya saltaron Dilian Francisca Toro y César Gaviria pidiendo exonerarlas, dado “el enorme trabajo social que realizan y porque pone en riesgo las ayudas que reciben miles de personas en condiciones de vulnerabilidad”. 

La verdad es otra: los liberales le sonsacaron a Cambio Radical el poderoso clan Rodríguez- Castellanos, y Jimmy Chamorro, pastor de la Iglesia Cruzada Estudiantil y Profesional, es el principal aliado en el Valle del partido de La U.

El supuesto mandamiento que le exige al creyente darle el 10 % de sus ingresos al pastor es bíblicamente insostenible. El diezmo surge como una compensación a los levitas, tribu sacerdotal a la que no se le asignó territorio en Israel. Se cobraba en tiempos de Jesús, fruto de la alianza entre Herodes, Roma y el Sanedrín presidido por Caifás. Los judíos no lo practican, porque los rabinos no son sacerdotes. Tampoco los pastores; para Pablo la ofrenda es voluntaria: “Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre”. 

La pretensión de ser bendecido a cambio de dinero se conoce en la doctrina como simonía: “¡Que tu dinero desaparezca contigo, dado que has creído que el don de Dios se adquiere a precio de oro!”, le dijo Pablo a Simón el mago. En el Siglo XVI Roma reconstruyó la Basílica de San Pedro vendiendo indulgencias. Los artistas pintaban al finado asándose en las brasas del purgatorio y los piadosos herederos pagaban para sacarlo, por decreto arzobispal. El fundamento era: “Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos”. 

Lutero, indignado, tradujo la Biblia y el pueblo pudo leer directamente: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. 
Pero no hay teología que valga para las corporaciones político-religiosas que ofrecen pólizas para asegurar moradas en el cielo y “gracias prepagadas” para paliar tribulaciones temporales. Se niegan a pagar impuestos, pero son dogmáticas en el cobro del diezmo. 

Amenazan con las maldiciones del profeta Malaquías, sin receptores en el Nuevo Pacto. De haberlos serían los pastores que malversan las ofrendas en mansiones, jets privados o sellando alianzas con políticos corruptos. Ahí están la oveja tuerta y el cabro hurtado que reprocha el profeta.
Ya no es Lutero el que reprende a los católicos, sino el papa a los protestantes: “codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa…, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo… despierta, Señor”. Invoca Francisco a Jesucristo, no al “God” de Donald Trump.

GUILLERMO HINESTROSA

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