El legado de Roosevelt

Guillermo Pérez Flórez

Es marzo de 1933. Estados Unidos está sumido en una depresión económica casi sin antecedentes, cuarenta millones de personas han perdido sus empleos y quienes los conservan tienen que aceptar reducir sus salarios.
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La pobreza extrema se ha apoderado del país, millones de norteamericanos viven hacinados en casuchas de hojalata y cartón, las denominan “Hoovervilles” (en alusión al presidente Hoover, a quien la crisis le estalló en las manos). Los efectos se sienten en el resto del continente y en Europa, el capitalismo está enfermo, gravemente enfermo. En ese contexto asume la presidencia Franklin D. Roosevelt.

El dogma económico de la época reza que el Estado no debe intervenir. Es el apogeo del liberalismo manchesteriano, “dejar hacer, dejar pasar”. El Estado solo debe ser un gendarme, la “mano invisible” del mercado lo resuelve todo. Pero el hambre y la miseria no dan tregua, y las capas medias de la población se proletarizan.

Desde la guerra civil EE.UU. no vive un panorama tan sombrío. Roosevelt se ve obligado a tomar una decisión, y la toma. Hay que celebrar un “New Deal”, y apela a las teorías de John M. Keynes, y esto da paso a un fuerte intervencionismo del Estado y a un aumento deficitario del gasto público. Los economistas de la época, ponen el grito en el cielo. ¡Roosevelt ha resultado comunista!, éste sin embargo, no se amilana y lleva a la práctica un recetario heterodoxo. El resultado es sorprendente, EEUU se recupera y comienza la etapa de mayor prosperidad de la historia.

Lo anterior es una síntesis estrecha de un período que aún es objeto de estudio en universidades y escuelas de economía. Ahora bien, existe un costado que ha permanecido casi en el olvido, el papel que jugaron las cooperativas y las organizaciones comunitarias rurales, los verdaderos protagonistas de esa época. La alianza estado-comunidad hizo posible la electrificación de un país en el cual había electricidad únicamente en el 10% de la viviendas rurales. Ello fue posible gracias al mega proyecto de una termoeléctrica y doce embalses en el valle del río Tennessee.

Mi amigo Darío Ortiz, además de extraordinario pintor, lúcido pensador, afirma en una columna en este diario, que ésta es la hora del Estado, y debo decir que comparto la casi totalidad de su escrito, más no su conclusión. La crisis de los años 30 y el fortalecimiento desbocado del Estado permitió en Europa el ascenso al poder de Mussolini y Hitler, gracias a las angustiadas masas de desposeídos, con las terribles consecuencias ya conocidas.

Lo que corresponde no es recorrer ese camino, que en medio de la cleptocracia en que vivimos podría dar lugar a que algunos atiborren más sus alforjas por la vía de meterle mano al presupuesto público y de venderse a los conglomerados económicos. Más corrupción. Claro que es el momento de que haya más Estado, pero también más Sociedad que Estado. Tengamos fe en la capacidad autogestionaria de los campesinos, de los líderes comunitarios, de las asociaciones de mujeres, de profesionales, de empleados y fortalezcámoslas. Hay que repensar el cooperativismo.

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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