Un alcalde en apuros

Guillermo Pérez Flórez

En Medellín, nada es lo que parece”. La frase es de John Jairo, un amable taxista que me recogió en el aeropuerto José María Córdova en Rionegro, en febrero pasado. Y la lanzó, a raíz de mis comentarios sobre la hermosura de la ciudad y en general de la región, extraordinariamente bella y embellecida, porque es mucho el valor agregado.
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 Basta salir del aeropuerto para contemplar lujosas residencias campestres y rápidamente internarse en el túnel de Oriente, de 8.2 kilómetros, que permite llegar a Medellín en 18 minutos, es sencillamente maravilloso. Comenzar a descubrir la ciudad, sus paisajes, sus parques, vías, centros comerciales y rascacielos es majestuoso. No pude contener mi admiración y así se lo expresé a John Jairo, quien al comienzo guardó un prudente silencio, aceptando mis lisonjas con un ligero movimiento de cabeza. Ya en el centro, volví a repetir mi elogios al ver la circulación del Metro y la recuperación del río Aburrá o Medellín como columna vertebral de la ciudad, entonces el interlocutor se animó y me dijo: “Sí, señor. Medellín es muy bonita, y sabe esconder sus miserias”. Quedé estupefacto. Él lo notó, y se sintió obligado a explicarse, fue cuando me dijo la frase con la que comienzo este artículo. Se refirió luego a la violencia y a la miseria que ha padecido la Capital de la Montaña. Me habló de los niños sicarios de trece, catorce y quince años; me habló de las redes de delincuencia y de la metamorfosis de las estructuras criminales desde la época del tristemente célebre jefe del cartel; me habló de la proliferación del turismo sexual, de extranjeros que visitan la ciudad para satisfacer con niñas y niños sus apetitos; me habló de la miseria de las comunas y de otras vergüenzas más.

 Este episodio viene a mi memoria a raíz de la crisis abierta con la renuncia de la Junta Directiva de EPM, por la decisión del alcalde Daniel Quintero, de demandar a los contratistas de Hidroituango. Le han llovido rayos y centellas, y ha supuesto un enfrentamiento con un poderoso sector, el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), y con líderes como los ex alcaldes Federico Gutiérrez y Sergio Fajardo. No tengo información detallada sobre esto, para opinar de fondo. Sin embargo, creo que Quintero ha alterado el ‘statu quo’, y eso en una sociedad tan conservadora como la antioqueña es algo que no gusta. Así, ha puesto fin a la luna de miel, y es posible que deje de ser el ‘niño maravilla’ y se convierta en un demonio. El trasfondo político y económico es inocultable. La onda expansiva puede extenderse a otras regiones. Se relaciona con la concurrencia y confusión de intereses privados en la gestión pública. Al alcalde Quintero se le acusa de sembrar un manto de duda sobre el GEA y de estar actuando con oscuros intereses políticos. No lo sé.

 Lo que sí sé, desde Alberto Lleras y Luis Carlos Galán, es que la política y los negocios son incompatibles, algo que parece olvidarse con facilidad en este país, acostumbrado ya a las sibilinas y perfumadas puertas giratorias. Hay que estar atentos, porque como me lo dijo el taxista: en Medellín, nada es lo que parece.

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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