PUBLICIDAD
Basta salir del aeropuerto para contemplar lujosas residencias campestres y rápidamente internarse en el túnel de Oriente, de 8.2 kilómetros, que permite llegar a Medellín en 18 minutos, es sencillamente maravilloso. Comenzar a descubrir la ciudad, sus paisajes, sus parques, vías, centros comerciales y rascacielos es majestuoso. No pude contener mi admiración y así se lo expresé a John Jairo, quien al comienzo guardó un prudente silencio, aceptando mis lisonjas con un ligero movimiento de cabeza. Ya en el centro, volví a repetir mi elogios al ver la circulación del Metro y la recuperación del río Aburrá o Medellín como columna vertebral de la ciudad, entonces el interlocutor se animó y me dijo: “Sí, señor. Medellín es muy bonita, y sabe esconder sus miserias”. Quedé estupefacto. Él lo notó, y se sintió obligado a explicarse, fue cuando me dijo la frase con la que comienzo este artículo. Se refirió luego a la violencia y a la miseria que ha padecido la Capital de la Montaña. Me habló de los niños sicarios de trece, catorce y quince años; me habló de las redes de delincuencia y de la metamorfosis de las estructuras criminales desde la época del tristemente célebre jefe del cartel; me habló de la proliferación del turismo sexual, de extranjeros que visitan la ciudad para satisfacer con niñas y niños sus apetitos; me habló de la miseria de las comunas y de otras vergüenzas más.
Este episodio viene a mi memoria a raíz de la crisis abierta con la renuncia de la Junta Directiva de EPM, por la decisión del alcalde Daniel Quintero, de demandar a los contratistas de Hidroituango. Le han llovido rayos y centellas, y ha supuesto un enfrentamiento con un poderoso sector, el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA), y con líderes como los ex alcaldes Federico Gutiérrez y Sergio Fajardo. No tengo información detallada sobre esto, para opinar de fondo. Sin embargo, creo que Quintero ha alterado el ‘statu quo’, y eso en una sociedad tan conservadora como la antioqueña es algo que no gusta. Así, ha puesto fin a la luna de miel, y es posible que deje de ser el ‘niño maravilla’ y se convierta en un demonio. El trasfondo político y económico es inocultable. La onda expansiva puede extenderse a otras regiones. Se relaciona con la concurrencia y confusión de intereses privados en la gestión pública. Al alcalde Quintero se le acusa de sembrar un manto de duda sobre el GEA y de estar actuando con oscuros intereses políticos. No lo sé.
Lo que sí sé, desde Alberto Lleras y Luis Carlos Galán, es que la política y los negocios son incompatibles, algo que parece olvidarse con facilidad en este país, acostumbrado ya a las sibilinas y perfumadas puertas giratorias. Hay que estar atentos, porque como me lo dijo el taxista: en Medellín, nada es lo que parece.
Comentarios