La Minga y la sordera histórica

Guillermo Pérez Flórez

¿Cuántos años llevan los indígenas pidiendo que se les escuche? Podría decirse que más de 500. Pero no, en realidad los escuchaban más en tiempos de Carlos V, cuando los intereses étnicos eran tutelados por las Leyes de Indias y había funcionarios destinados a defender los derechos indígenas, amenazados de manera frecuente por sus vecinos blancos y mestizos. Uno de los principales deberes de las reales audiencias era la protección de los indios.
PUBLICIDAD

Tanto fue así, que durante la independencia, puestos a escoger entre sus opresores criollos y una monarquía de tintes paternalistas, muchos indígenas – la mayoría - optaron por el bando realista. Un respaldo importante, por el cual el gobierno español (por allá en 1816, en plena reconquista) nombró capitán de los reales ejércitos en la Costa al cacique de ‘Mamatoco’. Todavía en 1823 guerrillas indígenas fueron capaces de tomarse Ciénaga y Santa Marta e izar la bandera española en el castillo del Morro, último foco de la resistencia realista en el Caribe neogranadino. Comportamiento similar asumieron los guajiros en Riohacha, y en Pasto, el distrito colonial más fiel, entre 1809 y 1823, respaldados por 21 pueblos indígenas los pastusos conformaron un bastión realista, se pusieron en defensa del rey y enfrentaron al ejército comandado por Nariño. Años más tarde combatiría a Bolívar durante la Campaña del Sur. Después de la liberación de Guayaquil y Quito en 1823, comandados por Agustín Agualongo, encararon a Bolívar en Ibarra y a Mosquera en Barbacoas. Cuando ya la Nueva Granada y la Presidencia de Quito estaban en manos patriotas, en Pasto seguía ondeando muy airosa la bandera española y lanzaban vivas a Fernando VII.

Luego vino la República, y a los indígenas no les fue mejor. Los criollos y sus herederos siempre los vieron como seres de segunda clase. La lucha por hacerse oír ha sido larga, comenzó en el siglo XX con Quintín Lame en el Cauca y en Tolima, después derivó en lo que hoy es la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC). Recuerdo las elecciones para la Asamblea Constituyente en 1990, cuando los indígenas emergieron como un actor político y obtuvieron dos escaños. Fueron la sorpresa. Al país criollo se le había olvidado que existían. Desde esa época, amparados en una constitución que ellos ayudaron a escribir, vienen enfrentándose al gobierno, al Ejército y a la Policía, a las guerrillas, a las bandas criminales, y por supuesto, al desprecio reiterado de los ‘criollos’.

Los indígenas llevan dos años queriendo reunirse con el presidente Duque. No ha sido posible. Es más fácil que reciba a cualquier lobbista extranjero que a una ciudadanía que ha sido objeto de violencia, olvido, despojo y engaño. Los indígenas quieren ser escuchados y han hecho de todo para conseguirlo. Lo más reciente fue el derribo de la estatua de Sebastián de Belalcázar, asentada en El Morro de Tulcán, un cementerio de la época precolombina, construido entre los años 500 y 1600 D.C., un templo sagrado en donde se adoraba a los dioses, el sol, la luna, las estrellas y la lluvia. El hombre criollo sigue sordo. Los reclamos de hoy con la Minga, son ecos de voces que vienen del pasado, de un pasado oprobioso y canalla. Es tiempo de escucharlas y de ponerle fin a esa sordera histórica.

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

Comentarios