La victoria de Trump

Guillermo Pérez Flórez

Ha triunfado Joe Biden. Su victoria, no obstante, no supone una derrota para Donald Trump. El actual presidente representa una corriente política de perfiles globales, que tiene émulos en muchos países. Más que una revolución conservadora, como la que en su momento impulsaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher, inspirada en principios neoliberales orientados al desmantelamiento del Estado y a la sacralización del mercado, la suya es una visión autoritaria y patriarcal, que apela al populismo para acceder y mantener el poder.
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Dicha corriente descree de los valores democráticos. Peor aún, busca socavarlos. El núcleo duro de su mensaje está dirigido a estimular en el electorado las emociones primarias, no la racionalización de las complejidades del mundo contemporáneo. Su discurso busca despertar miedo, aversión, ira, alegría o tristeza. Necesita tener enemigos a quienes culpar, de allí su ataque permanente a los inmigrantes y más recientemente a China, devenido en el principal competidor global de Estados Unidos. Si los enemigos no existen, se inventan. La mentira y la calumnia son las armas favoritas. Trump no vaciló en tildar de comunista a Baiden. Entiende la política como un espectáculo, un ‘reality show’ que sirve para que las masas de excluidos y venidos a menos por la globalización económica (particularmente blancos) hagan catarsis odiando a los presuntos culpables. Además de autócrata, Trump es demagogo. Hace promesas falsas, pero populares. Las elecciones contra Hillary Clinton las ganó, en parte, porque les prometió a los desempleados de Wisconsin, Michigan y Pensilvania que las fábricas regresarían y tendrían empleo. No pudo cumplir, y acaban de pasarle la cuenta de cobro.

Esta visión y manera de entender y de hacer la política es muy taquillera en esta época, en la cual la ciudadanía vive agobiada por flujos informativos muchos de ellos falsos, que no alcanza a digerir. De allí el éxito de los famosos ‘memes’ y de Twitter, el mensaje se híper simplifica y así puede entrar en la mente de la masa. Hitler se hizo con el poder culpando a los judíos de todos los males, y vendiéndoles a los alemanes la ilusión de ser la ‘raza superior’.  Propuestas simples para problemas complejos. El fascismo detesta la democracia representativa y sus instituciones, tiene predilección por el entendimiento directo entre el caudillo y el pueblo. Detesta también los controles democráticos y los medios de comunicación. Quien le critica es enemigo, y a los enemigos hay que aniquilarlos.

Biden no lo tendrá fácil. Como no lo tuvo fácil Obama. El control del senado y del Tribunal Supremo por parte de los republicanos serán la garantía de que no pueda cambiar nada. Tendrá en contra las desafiantes y peligrosas milicias dispuestas al atentado aleve, como pudimos verlo esta semana. A Colombia le irá mejor con Baiden de lo que le fue con Trump, que sólo asomó el hocico por estos lados para exigir fumigaciones y criticar el acuerdo de paz que Obama y Biden contribuyeron a sacar adelante. Trump ha perdido una batalla, pero la semilla del fascismo ha quedado abonada por todo el planeta, y esa es su victoria. Ojalá que el partido Republicano se sacuda de la enjalma autoritaria colocada por el candidato perdedor, pues el mundo necesita recuperar la cordura. Se confirma: soplan vientos de cambio.

 

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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