Armero, una herida que no cierra

Guillermo Pérez Flórez

Qué fácil es olvidar. De cara a conmemorar el pasado 13 de noviembre repasé documentos históricos de lo ocurrido en Armero en 1985. Algunos hechos ya los tenía en el olvido, y pude comprobar con este ejercicio que es cierto que la memoria es frágil. Con razón se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. De allí la importancia de recuperar la memoria con total objetividad, volver a tropezarnos con una tragedia de estas proporciones sería absolutamente canalla.
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La desaparición de Armero no fue un ‘desastre natural’. La muerte de esas 25 mil personas pudo haberse evitado, sin lugar a dudas.  El primer documento que me permite afirmarlo, es el profético artículo del historiador Helio Fabio González Pacheco, “S.O.S.: ¡El Norte del Tolima en Peligro!”, publicado por El Tiempo cuatro días después de la catástrofe, cuando no hacía falta. En este artículo Helio Fabio, con base en crónicas de Fray Pedro Simón y Ramón Guerra Azuola, hace cálculos y concluye, desde la soledad de su escritorio, que: “El próximo desbordamiento (si fallan las medidas preventivas, aún no anunciadas) sobrevendrá hacia mediados de noviembre del presente año”. ¡Sólo le faltó indicar la hora! Había llegado a la conclusión de que la erupción volcánica se repite con “una periodicidad alternante de 140 años y 9 meses, y 110 años y 2 meses”. No necesitó ser geólogo, ni especialista en volcanes, le bastó leer y desarrollar empatía.

También expresó su preocupación Guillermo A. Jaramillo, quien hiciera un debate en la Cámara de Representantes y visitara el ministro de Minas de la época para expresarle su preocupación y angustia por la desgracia que se avecinaba. Apelaba a los documentos históricos y alertas populares. A Jaramillo Martínez y a Arango Monedero, representante por Caldas, los bautizaron como los ‘Jinetes del Apocalipsis’, les acusaron de estar creando una situación irreal porque “todo estaba controlado por las autoridades”. Y qué no decir del alcalde de Armero, Ramón Rodríguez, quien acudió en múltiples oportunidades a la Gobernación del Tolima a advertir sobre el riesgo, lo apodaron el “loquito de Armero”.

Elevó su voz hasta el último minuto de su vida, nadie quiso escucharlo. Existe suficiente evidencia probatoria para sostener que, en el ‘mejor’ de los casos, hubo negligencia y desidia públicas. Las pruebas son tan abundantes y tan demoledoras que puede afirmarse que esto fue ‘crimen de estado’. Para decirlo con las palabras de González, lo prudente y necesario habría sido “proceder de inmediato a la evacuación humana”. No se informó a la población de lo que se avecinaba ni se instaló un sistema de alertas. Pese a esto nadie le ha pedido perdón al pueblo armerita, que tiene derecho a la verdad y a la reparación.

Esta tragedia, como tantas otras que suceden en el país, desnuda una carencia: la deficiente capacidad del estado colombiano para atender catástrofes y emergencias. Han pasado 35 años y los avances en esta materia son precarios. Nos lo recuerda cada temporada de lluvias. Seguimos tropezando con la misma piedra, y para evadir responsabilidades apelamos a las palabras, decimos que son ‘catástrofes naturales’. Armero sigue siendo, una herida que no cierra.

GUILLERMO PEREZ FLÓREZ

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