La ciudad de la lluvia

Guillermo Pérez Flórez

El aguacero del miércoles anterior en Ibagué tuvo perfiles diluvianos. Dejó casas, apartamentos y conjuntos residenciales inundados; calles transformadas en ríos urbanos, que arrastraban carros, bicicletas y muebles, como si estuviésemos en Barranquilla. Seis corredores viales y 22 barrios inundados. Muchas personas quedaron, literalmente, con el agua al cuello. Una escena que retrata de cuerpo entero la falta de planeación que existe en la ciudad.
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El sábado pasado participé en un interesante conversatorio sobre Gobernanza y Gobernabilidad en la atención del riesgo y de desastres en el Tolima, organizado por el Instituto de Educación a Distancia de nuestra alma máter regional y coordinado por el profesor Rubén Darío Garay. Resultó ilustrativo y en cierta medida premonitorio. 

Uno de los expositores hizo referencia al concepto de ‘desastres naturales’, una expresión equivocada, dado que enmascara la responsabilidad política de los gobernantes, y la remite a una supuesta ‘maldad’ de la naturaleza. Los llamados ‘desastres naturales’ no existen. Existen ‘eventos naturales’ que derivan en desastres por imprevisión, negligencia, irresponsabilidad de los gobiernos, y falta de planeación urbana y de gestión de riesgos. Las lluvias en Ibagué son normales, como en el Líbano, Mariquita, Herveo o Villahermosa, en donde llueve un poco más. No son una maldición, al contrario, son una bendición, que no la sepamos aprovechar es otra cosa.

Ya quisieran algunas ciudades tener un régimen pluviométrico como el de Ibagué: nueve meses de lluvias y tres de sequía. En Madrid (España) es exactamente lo contrario. Ya no digamos Santa Marta, cuyo mes más lluvioso (octubre) tiene casi la misma precipitación de lluvias que el mes más seco de Ibagué (agosto). O Lima (Perú), que casi nunca llueve. Ibagué podría aprovechar el agua llovida para regar jardines y zonas verdes, lavar vehículos, andenes, calles, plazas o descargar sanitarios. No parece muy inteligente potabilizar agua para estos usos, como lo hacemos hoy. Cada día es más grave la crisis de servicio de agua en muchos barrios, y la tendencia es a peor, en razón a que la demanda de agua potable crece a un ritmo superior a la disponibilidad.

Respecto a la atención de riesgos y desastres es un asunto que da para largo. En el Tolima y Colombia hemos pagado un alto precio por carecer de un manejo técnico adecuado. Todos los años se producen deslizamientos de tierras que taponan vías, avalanchas y desbordamiento de ríos, que se llevan todo cuanto encuentran. Algunas personas han perdido hasta la vida. Llegamos a este punto, merece recordarse a Armero. Allí murieron 25 mil personas por falta de previsión estatal. Víctimas mortales a cuyos familiares nunca se reparó, porque el Consejo de Estado determinó que no hubo indicios ni elementos de juicio sólidos para atribuir la responsabilidad de la tragedia a una falla del servicio y responsabilizar a la Nación.

Reitero lo dicho la semana pasada. La ciudad de la lluvia o ‘cielo roto’, como le decían hace un tiempo, necesita una mejor gerencia pública. Vale decir: un mejor alcalde, mejores secretarios, mejores gerentes. Es irresponsable y costoso seguir improvisando. Se necesita mucho más que una simple lluvia de ideas para organizar esta bella ciudad. Se requiere un plan.

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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