Un nuevo tiempo

Guillermo Pérez Flórez

El jefe rojo dice que el jefe azul es corrupto. Que lleva años desangrando el presupuesto de todos los indios y por lo tanto designará una comisión para que lo investigue. En sus palabras hay falsa indignación.
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El jefe azul, igualmente indignado, contesta que cuando el jefe rojo mandaba las cosas eran peores, pues con el rojo además de sangre había abandono, los rojos sólo iban a comer cerdos y gallinas en épocas electorales, nos dice; el jefe rojo, afirma, solo ve la paja en el ojo ajeno, es un sepulcro blanqueado, blanco por fuera y lleno de carroña por dentro. La pelea está casada, ha comenzado la campaña, hay tambores y danza de guerra, que los bandos alisten los cuchillos y las flechas.

Así empezó la violencia durante la mitad del siglo pasado. Los jefes rojos y azules se agraviaban, y sus seguidores se mataban. Si de algo sabe el Tolima, aparte de arar la tierra, es de eso. Han pasado 70 años y aún quedan rescoldos de ese voraz incendio. Las nuevas generaciones deberían leer el libro de James Henderson, ‘Cuando Colombia se desangró’, un estudio sobre la violencia liberal conservadora en el Tolima. Por supuesto que, en este tiempo, afortunadamente nadie se va a hacer matar por ninguna de esas viejas banderas, devenidas en simples trapos que únicamente sirven para cubrir perfidias y engatusar incautos; personas buenas e ingenuas convencidas de que detrás de ellas existe una idea de Estado, de país o de sociedad, cuando en realidad hay interés personal, vanidad y triquiñuela.

El jefe rojo y el jefe azul han mangoneado en el Tolima los últimos 25 años, inspirados en un fantasmal espejo, lleno de grietas éticas y morales, habilitado para el narcisismo y la egolatría. A falta de ideas y propuestas de desarrollo, en un momento tan complejo como el que vivimos, son útiles el insulto y el sectarismo. Palabrería, nada más que palabrería. Esa es la razón para que en el Tolima no se vea el cambio prometido por el presidente Petro, no tiene con quién bailar. Aquí en el Tolima, la vida sigue igual. Y así seguirá si nada hacemos. Parecería que estuviésemos condenados a la suerte maldita de la estirpe de los Buendía, como si hubiésemos renunciado al futuro y nos conformásemos con un presente mediocre. Una especie de río manso y tranquilo, que discurre a ritmo de bambuco lento mientras nos echan la basura encima, predispuestos para la siesta en la hamaca y el bostezo en la tarde, mientras nos devuelven al pasado. A un pasado ruinoso, cuya herencia nefasta aún no superamos.

Mi señora madre, con la sabiduría de sus ancestros campesinos, solía decir que nadie come carne pulpa por mano ajena. Cierto. Nadie va a venir al Tolima a redimirnos. El desarrollo no viene de ninguna parte, y menos de afuera, nace del amor que se le tenga a la tierra y de la capacidad para hacerse escuchar en Bogotá, que es en donde se toman las decisiones. En el Tolima y en Ibagué necesitamos volver a barajar. Superar el modelo caciquil y tribal, construir un liderazgo colectivo de mujeres y hombres audaces, capaces de leer, interpretar y bailar al ritmo de los compases científicos y tecnológicos que se están dando en el mundo. Un liderazgo orientado no a reproducir la politiquería, y a sembrar odios y recelos, sino a unir a los tolimenses en torno a grandes propósitos, fundados en la colaboración y el conocimiento. El Tolima merece más, muchísimo más. Que empiece un nuevo tiempo.

 

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

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