Hombres públicos

Desde muy temprana edad tal calificativo lo asociamos con un grupo privilegiado de personas que se deben a la sociedad, comprometidas con ella, cuyas actuaciones buscan y pretenden la satisfacción del bien común y deben ser el norte para todos.

Es más, a la hora de tomar decisiones de vida, un gran número de ciudadanos los asumen como su referente. Cuando recordamos a los próceres de la patria, nunca los identificamos con posiciones mezquinas apartadas de los postulados de la ética y el buen juicio, ponderando más sus aciertos que sus errores.

Pero la vida que es una mezcla de aceite y vinagre nos obliga a veces a reconsiderar nuestras creencias. Con el paso del tiempo, los cambios de costumbres y la corrupción generalizada, el perfil del hombre público se ha desdibujado de tal manera, que hoy quienes deberían estar ocupando sitio de honor en la historia republicana, se encuentran en el banquillo de los acusados, en medio de controversias judiciales o en las cárceles pagando por sus delitos cometidos en el ejercicio de sus cargos. Sus actuaciones los enfrentan con lo que enseña Salomón en el libro de los Proverbios: “Los malvados caen en sus propios lazos”.


Para una comunidad es necesario y saludable que aquellos individuos que ésta ha convertido en mito, pero que a la postre tienen pies de barro y sobre quienes recaen serias imputaciones, sean investigados con severidad y sancionados, si hay mérito para ello.


Hoy por hoy nadie debe impunemente arrogarse banderas de reivindicación popular u ocupar designios públicos, cuando tiene muchas explicaciones que ofrecer a las autoridades y a las gentes de bien que confiaron en ellos su representación.


Reza el aforismo que a los hombres públicos no se les puede perdonar la primera falta grave, si no quiere la sociedad ser víctima de la última. En esa tarea tienen un papel decisorio los organismos de control, los entes acusadores y los jueces de la República.


Parodiando la frase de Jorge Eliécer Gaitán, podemos afirmar con él que cuando el pueblo patrocina a personajes indignos, en sus aspiraciones populares, es inferior a sus dirigentes.


El consuelo que le puede quedar a una comunidad que a diario se estremece con nuevas noticias sobre actitudes corruptas de parte de sus hombres públicos, es que más temprano que tarde se hará realidad la sentencia bíblica que advierte: “lo que eres, eso eres”.

Credito
RAFAEL GUTIÉRREZ SOLANO

Comentarios