La serena corrupción

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

Enorme tristeza y desconcierto, como lo dijera la propia Ángela María Robledo, es lo que genera la última decisión de la Corte Constitucional que le arrebata su curul en la Cámara de Representantes, argumentando que ella incurrió en doble militancia cuando se presentó a la Vicepresidencia como fórmula de Gustavo Petro.
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Se sabe que no fue una decisión unánime, que la doble militancia no está consagrada como causal de inhabilidad para aspirar a la vicepresidencia y, vaya paradoja, que quienes le cerraron el camino a esta parlamentaria de la oposición fueron las mujeres de la Corte. Se saca así, a la brava, del escenario político a una de las mujeres más valiosas de este país, caracterizada por su honestidad y ética en sus actuaciones académicas, como funcionaria pública y como figura política, en un momento de estallido social, en el que el palo no está para cucharas.

Se constata entonces, una vez más, que la justicia no es ciega, que está permeada por intereses políticos y económicos las más de las veces, como lo vemos todos los días con las noticias relacionadas con el cartel de la toga, las hazañas de Cianurito Martínez, las babosadas de Barbosa y las más de setenta investigaciones, que duermen el sueño de los justos en la Comisión de Acusaciones de la Cámara contra el exfiscal Luis Camilo Osorio, protector de los paramilitares, que cuando llegó a México como embajador de Colombia, fue recibido con un libro sobre sus delitos. Todo esto que huele a podredumbre es la muestra más palpable de la corrupción en la justicia.

Hoy nadie sabe qué paso con la tan cacareada lucha contra la corrupción, tema que se volvió común y corriente en casi todos los estamentos. En el judicial, los organismos de control, la contratación oficial, profesionales sin título, construcciones sin licencias, destrucción de bosques y contaminación de aguas en las narices de las autoridades de Ibagué y de otros garitos en manos de vividores y vainas por el estilo que siguen en aumento por la falta de ética, fundamento de la recta conducta humana, que se está volviendo esquiva hasta en las instituciones educativas, especialmente en universidades de medio pelo.

Falla la justicia, cojea la educación. Faltan profesores que en primaria y secundaria se preocupen por infundir valores morales a los alumnos. Las universidades se deben esmerar más por la formación de profesionales con ética y vocación de servicio comunitario que por titular semovientes que solo piense en amasar dinero.

Valdría la pena exigirle a los candidatos a cuerpos colegiados o cargos públicos su pasado ético, así se corra el riesgo de dejar desocupadas las pesebreras y queden manicruzados los negociantes de avales. Y las estupideces de Duque para manejar la tremenda crisis de este país parece que no tienen límite. ¿Qué tal su novedoso proyecto de ley antivandalismo y antidisturbios, que lanzó en estos días con bombos y platillos? Parece que descubrió el agua tibia, pues a decir de todas las personas que conocen el Código Penal y de Policía, entre ellos el exfiscal Alfonso Gómez Méndez, todo lo que se presenta como novedoso para combatir estos delitos, está previsto hace mucho rato en esos estatutos. Se trata simplemente de aplicarlos. Ojalá que la genialidad no tenga el mismo efecto de la reforma tributaria.

 

HÉCTOR GALEANO ARBELÁEZ

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