Recuerdos de Navidad

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

El 21 de diciembre se presentó en el Teatro Tolima “Soliloquios de Belén” por el  Colectivo sin uniforme, organizado por la Maestra Rocío Ríos y su grupo de trabajo cultural. Excelente la presentación con “Bienvenida musical navideña” por violinistas dirigidos por el maestro Carlos Emilio Díaz. Muy buena la escenografía e impecable  la actuación del elenco.
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El público agradecido los aplaudió de pie. Lógicamente regresaron los recuerdos de la Navidad en ‘Santa Chava’, cuando nos encerrábamos en la sala ya desocupada a armar el pesebre, mientras mi abuela y mi mamá preparaban buñuelos y natilla  para los niños que  llegaban por el bocado y a colaborar. Unos salían por flores, otros por cañabrava seca, musgo, pedazos de costal, piedras pequeñas y otras cosas que se iban necesitando. Mi papá descargaba en la puerta de la sala la llamada caja militar con los soldaditos de plomo con su artillería, caballería, infantería  y enfermería que  se ubicaban siempre retirados de la escuela. Se construía Belén y otro pueblito bien diferente, todo comunicado por un camino de piedra. El pesebre, con techo de paja  y paredes de cañabrava, tenía su burro, su buey varios ovejitos. Siempre se hacía un buen corral para los curíes que nos prestaba el abuelo, algunos días acompañados del borugo en crecimiento, la mascota del abuelo hasta que casi le quita un dedo a una hermana que lo molestó y tocó verlo matar en el lavadero. La mejor carne de monte nos la sirvieron a quienes trabajamos ese día.

El 24 de diciembre no cabía un chinche en la casa. Buñuelo y natilla como los días anteriores, con novena y cantada de villancicos. Esta vez la vaina era con la entrega de los regalos dados por mi papá y las señoras amigas de mamá. Claro que a los niños siempre se les decía que eran traídos por niño Dios que estaba corriendo para poder llevar otros regalos. Los aguinaldos eran para los mayores y a veces se hacían apuestas grandes. El beso robado, hablar y no contestar, pajita en boca, estatua. Pasada la Nochebuena nos preparábamos para los inocentes, el 28 de diciembre. Cambio de letreros, noticias inventadas aviso de accidentes no ocurridos, pero fue inolvidable el montaje del asalto al pueblo. A las 11:30 de la noche quitaban la luz  don Roberto y casi de inmediato, esa noche, en el atrio de la iglesia sonaron varios tacos y se prendieron dos hogueras, mientras por la calle principal dos grupos de la barra golpeaban paredes y gritaban vivas con flores marchitas. Muchos amanecieron en el monte, mientras los del cuento estaban detenidos. A las ocho de la mañana me despertó mi taita: los compañeros de la inocentada están detenidos, vaya y ponga la cara, me dijo el alcalde, nos reunió en el salón del Concejo a pegarnos  su sermón. Nos pusimos de acuerdo para dar los nombres de los que supuestamente nos habían contratado. Muy rápido llegaron los concejales detenidos y cuando se dieron cuenta de la inocentada unos llegaron a desafiar el alcalde por pendejo. Nos soltaron con el pago de una multa pequeña, mientras en la calle y el café de Pedro Toro ya se celebraba la inocentada. Nos invitaron a ‘cerveciar’ y llevamos al mudo ‘Mayayo’ que se emborrachaba muy fácil. Cuando se fundió ‘Mayayo’, lo acostamos en una mesa de billar, lo cubrimos con una sábana blanca y  lo rodeamos con espermas prendidas, colocadas en envase. Se le avisó al alcalde del muerto en el café de Pedro Toro. Rápidamente llegó con secretario y máquina de escribir y comienzan su oficio. Levantan la sabana y no se observa nada raro. Denle vuelta al cadáver, ordenó el alcalde. Y cuando lo estaban volteando, el muerto comenzó a gritar: “¡Paputas...paputas!” La carcajada fue general y ‘Pulgarrecha’, como le decían al alcalde, se levantó furioso y se vino a la mesa: me mamaron gallo y ahora me tienen que emborrachar.

El año se despedía con un  muñeco con pólvora, velación en la Casa Consistorial, procesión, lloriqueada, bebida y con hachones hasta los tanques, para luego bajar con más gente y en la plaza se colgaba el año viejo y se prendía mientras servían el sancocho preparado con gallina robada y se armaba la rumba hasta el amanecer.

 

 

Héctor Manuel Galeano Arbeláez

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