Un colombiano en Miami

Hermógenes Nagles

Cada día el Coronavirus y su último cepo mortal, Covid 19, nos deja la traumática conclusión que se trata de una pandemia que sigue vivita y coleando y que seguirá cobrando vidas día tras día, segundo a segundo, como lo afirman a menudo los científicos e inmunólogos el profesor americano Anthony Fauci y el muy colombiano y médico tolimense, made in Ataco, Manuel Elkin Patarroyo.
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Digo esto porque la semana pasada, Nadia Naranjo, mi alma gemela y coeditora de la revista Quórum América me dejó un lacónico mensaje en mi WhatsApp: “oye mi querido Hermo, estoy en Ibagué, tu Patria Chica, donde mi hermana, Llámame”. Uauuu, qué chévere! ¡Gózate mi ciudad musical! Ya te envío teléfonos de mis amigos los Pardo para que hables de literatura, cantes bambucos y hagas por fin contrato de edición de tu libro de fotografía, le respondí de inmediato con espíritu emocionado. Esa misma noche Nadia me dijo, entre sollozos, que su inesperado viaje obedeció a la muerte temprana de su cuñado el empresario y ex suboficial del ejército, Edward Alexander Estévez Varón, quien residía en Bogotá y luego de 30 años de ausencia de su viejo Tolima había decidido regresar con su esposa, la optómetra Luz Mery Diaz Rodríguez, para fundar una empresa de servicios integrales de salud.  No llevaba cuatro meses viviendo en la Ciudad Musical de Colombia cuando lo mató el Coronavirus. ¿Cómo lo contrajo? ¿quién lo infectó? Nunca se supo.

Este tipo de noticias, además de impactar y desolar a una familia, recuerdan que todos somos vulnerables ante el virus mortal del Covid 19, así se esté en Wuhan, Pekín, Ibagué, Miami, Nueva York o París y que  podemos morir, rapidísimo, víctimas del mismo mal y con los mismos síntomas. Según los expertos, para hacer frente a esta terrible realidad pandémica no queda más remedio que rezar y pedirle a Dios inmunidad divina. Cada persona, cada comunidad debe hacerse, periódicamente, la prueba del coronavirus o testing porque es la única manera de saber a ciencia cierta si el Covid 19 está en casa o en la puerta de un vecino. Hay que vivir en estado de alerta máxima. Ojalá el lamentable caso del doctor Estévez, cuñado de mi entrañable amiga, Nadia, sirva para que las autoridades locales empiecen   a realizar campañas masivas, tal como se hace con la vacunación infantil o la influenza. Aquí en Miami y en los Estados Unidos en centros de urgencias médicas la prueba de testing ya es un programa rutinario de salud preventiva que se presta con puestos móviles y brigadas sanitarias en supermercados, parques, escuelas, barrios y condados.  

En este tiempo de Coronavirus a todos se nos están cruzando los cables. El presidente Trump entró en cólera con el director del Centro de Control de Enfermedades porque no le ha hecho caso de sacar al mercado la vacuna Covid 19. Trump había fijado como fecha límite para que se inventara la vacuna el 3 de noviembre 2020, como si se tratara de una pieza publicitaria más, apta para repartir el día de elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Mientras Trump sigue dando tumbos y palos de ciego, en la televisión los presentadores de noticias reciben en vivo y en directo terapias y ejercicios de manejo de respiración anti- estrés para no decaer en taquicardias y los columnistas de opinión, nos tenemos que ingeniar estilos coloquiales y seudo literarios para no hablar siempre de pandemia y cautivar a nuestros lectores. Aquí no nos queda más recurso que mezclar ficción y realidad. Eso me aconteció personalmente hace unas pocas semanas en un texto publicado en “El Nuevo Día” cuando, sin explicaciones ni coletillas transcribí unos dos párrafos de la que será mi próxima novela, “Viviendo sin Dios en Disney”. Ese mismo cuento breve o micro lingote - diría Oscar Alarcón - refiere la anécdota de una compañera de vida de un famoso periodista de  televisión hispana de Miami (que no soy yo, obviamente) quien termina yéndose a vivir a casa de una amiga, acosada por un ataque de ansiedad post coronavirus.  Después de revelar esa anécdota de corte macondiana, amigos y familiares me han escrito y llamado insistiendo que les complete la historia de mi separación. “No ha pasado nada, tranquis. No es ese mi caso. Lo que pasó fue que se me ocurrió publicar en el periódico de los tolimenses una invención literaria con la que daba vida a uno de mis personajes de mi próxima novela”. Para mis lectores también va esta aclaración: mi esposa con quien sostengo un largo romance desde hace 20 años se llama Milena Suarez Lindo, es de familia espinaluna y auténtica ‘’Pelachiva”, para más señas. Es una abnegada madre de familia, microempresaria exitosa en el mercado americano y defensora a ultranza de la institución matrimonial, propósito que practica todos los días con especial devoción al lado de un grupo de mujeres de la iglesia cristiana Misión Vida, de la ciudad de Weston, Florida, donde vivimos desde hace tres años con nuestras dos bellas hijas, Nicole y Hannah. Ella, por fortuna, no es ni se parece en nada a la Ana Divina que comete locuras y excentricidades movida por el fantasmagórico espíritu del sueño americano en estos tiempos de pandemia.  sobre Ana Divina si escribo y reescribo largos textos en estas noches de vigilia que anteceden a la aparición de mi próximo libro y que Pablo Pardo, editor de “Caza de libros” ya comenzó a bocetear con miras a incluir un impactante diseño en su colección de novedades de la próxima Feria Internacional del Libro de Bogotá 2021.        

HERMÓGENES NAGLES

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