Equidad: Sí, pero no

Rudolf Hommes

El Gobierno nacional está justificadamente orgulloso de que se haya reducido significativamente la pobreza y Colombia haya dejado de ser el segundo país más desigual de América Latina, como el Presidente lo afirma en una separata de El Tiempo auspiciada por la Presidencia de la República (“Los Años de la Equidad”, 9 de agosto de 2015). En la misma separata se publican los datos de pobreza y pobreza extrema que muestran que en efecto se han reducido significativamente. En 2005 los habitantes que vivían en condiciones de pobreza eran el 45.2 por ciento de los habitantes del país y los que vivían en condiciones de extrema pobreza eran el 13.9 por ciento. Estas cifras se redujeron en 2012 a 32.9 y 10.4 por ciento respectivamente, y en 2013 a 30.7 y 9.1 por ciento (en 2014 la pobreza extrema fue 8.1 por ciento).

Son cifras buenas en comparación con el pasado. La pobreza se redujo en Colombia 32 por ciento entre 2005 y 2013, y la pobreza extrema disminuyó 42 por ciento entre 2005 y 2014. Pero Perú, que partió de un nivel más alto en 2003, redujo la pobreza de 52.5 por ciento en 2003 a 23.9 por ciento en 2013, y la pobreza extrema de 21.4 a 4.7 por ciento (reducciones de 45.5% y 78% respectivamente). Brasil también mejoró más aceleradamente. En Chile el porcentaje de pobreza era 7.8 en 2013 y 2.5 el de pobreza extrema.

Es importante tener en cuenta que en Colombia la reducción de la pobreza en las regiones más atrasadas parece ser más acelerada que para el resto del país (lo dice en esta separata la creadora del Índice de Pobreza Multidimensional Sabina Alkire), lo que incide positivamente en la reducción de desigualdades entre regiones. Esto es muy positivo, pero no puede ser razón para que regiones como el Pacífico colombiano o el puerto de Buenaventura continúen de manera indefinida sin resolver sus problemas de acceso a servicios básicos o para que no se cierre la mayor parte de la brecha social que persiste entre las ciudades y el campo.

En la separata se destaca que por fin se dispone de agua potable durante las 24 horas del día en Carmen de Bolívar que lleva más de un siglo sin agua (…bajo tus soles llenos de ardores…”) (¿sin agua?); y que en Tumaco por fin se cuenta con luz eléctrica. Es vergonzoso que en la mitad de la segunda década del siglo XXI finalmente les llegue la luz y el agua a un sinnúmero de poblaciones y que esto se considere un logro. En realidad es un testimonio por una parte de la ineficacia del Estado en la provisión de servicios públicos y, por otra, de la falta de poder o de iniciativa de la población para reclamar y obtener lo más básico.

Sabina Alkire dice refiriéndose a Amartya Sen que la gente que vive en condiciones de extrema pobreza aprende a tener paz y tranquilidad, “lo cual es un logro porque no es fácil vivir así”. En una democracia esa resignación, que en Colombia también puede ser inducida por el miedo a la muerte, hace el juego a los políticos clientelistas que llenan las calles de tubos que nunca se entierran.

A ningún alcalde se le debería permitir hacer otras inversiones si no ha solucionado satisfactoriamente en su municipio los problemas de acceso a servicios básicos de agua potable, alcantarillado, electricidad, salud pública, educación y seguridad ciudadana.

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