Campesinos y comida sana

Hugo Rincón González

En días anteriores recibí varios mensajes de WhatsApp de un gran amigo que informaba a sus contactos, temas sensibles alrededor de la relación de la alimentación y la salud. En ellos enfatizaba acerca de la importancia de los buenos hábitos alimenticios especialmente en estos momentos en los que nos enfrentamos a una pandemia que ha afectado no solo la salud de las personas, sino también la economía y la dimensión social, generando mayor pobreza y exclusión en todos los países.
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La relación entre alimentación y salud es directa. Somos lo que comemos dicen los expertos cuestionando muchos paradigmas anteriores acerca de lo que se debe o no comer. El amigo que refiero se contagió con el Covid-19 y se recuperó, en gran parte, por lo que él considera su fortaleza en el sistema inmune: si se tienen buenos hábitos alimenticios el cuerpo podrá generar con mayor capacidad los anticuerpos que se requieren para resistir los embates de esta pandemia y de tantos patógenos que nos amenazan permanentemente.

Este caso particular me hizo reflexionar. Mi amigo salió avante por tener buenos hábitos y porque tiene la posibilidad de alimentarse bien. El concepto de salud que él tiene es integral, contempla lo físico, mental y espiritual. Es un privilegiado por tener claro esos conceptos y además poder practicarlos. Dice que la gente no sabe comer, muchas veces en su recorrido por los supermercados la gente llena sus bolsas de comida chatarra, gaseosas y otro sinfín de productos saturados de azúcar que no hacen sino causar problemas tan serios como la diabetes. Señala que deberíamos concentrarnos en la parte donde se venden vegetales, verduras, frutas y productos del campo.

Los alimentos que generan salud son producidos casi exclusivamente por los campesinos, muchas veces en las peores tierras, aislados y olvidados con su sacrificio generan los productos para el consumo en los centros urbanos. Han venido resistiendo la andanada promovida por empresas transnacionales que dominan la cadena agroalimentaria produciendo alimentos industriales y transgénicos; con glifosato y agrotóxicos estas empresas promueven los grandes criaderos de pollos, cerdos y vacas, generando deforestación, contaminación de aguas y destrucción de la biodiversidad en los campos.

Las empresas referidas son las productoras de alimentos ultraprocesados, con exceso de sal, azúcar y grasas, las que llenan sus productos con conservantes, colorantes, saborizantes y muchos químicos para que soporten los transportes desde lejanas tierras y no se pudran en los supermercados; las que engañan a los consumidores con sabores artificiales y adictivos.

El hambre presente en el mundo, producto de una desigual distribución de los alimentos, debería combatirse con alimentos limpios ojalá orgánicos, producidos por los campesinos. Por su importancia fundamental en nuestra sociedad no se entiende cómo el gobierno actual se abstuvo de apoyar en la ONU la declaración de los derechos de los campesinos, un sector social que tiene más de 11 millones de compatriotas viviendo en la zona rural según el censo del Dane de 2018.

Mi amigo, el de los mensajes de texto por WhatsApp, tiene razón en sus recomendaciones para vivir saludable y sobre todo para mantener el sistema inmune fortalecido. Debería existir apoyo gubernamental para una reforma agraria integral en la que se contemple la producción de alimentos sanos, bajo el entendido que la alimentación es un derecho humano fundamental a pesar de que cierta candidata de la derecha no lo considere así. Debemos estimular la producción de alimentos por los campesinos, pero sobre todo debemos reconocerlos como sujetos de derechos, con todas las garantías, para que vivan una vida digna y bella como merecemos todos.

 

HUGO RINCÓN GONZÁLEZ

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