Justicia Climática

Hugo Rincón González

El pasado 6 de noviembre se desarrolló en Glasgow (Escocia) una monumental movilización de más de cien mil personas en el marco de la celebración del día de Acción Global por la Justicia Climática. Esta portentosa marcha que se sumó a otras 250 acciones en todo el mundo tenía un propósito: exigir a los líderes políticos reunidos en la COP26, compromisos serios y más ambiciosos que permitan que la temperatura global del planeta no sobrepase 1.5ºC y reclamar verdaderas soluciones basadas en la justicia climática.
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El concepto de justicia climática, con fuerza en los países europeos, reconoce que nuestra dependencia de los combustibles fósiles ha beneficiado injustamente a los países más ricos, mientras que perjudica desproporcionadamente a las personas más pobres y a los países en desarrollo de todo el mundo. En la actualidad la deuda climática que soportan los países no industrializados es tremendamente injusta, ya que sufren las peores consecuencias del cambio climático, mientras no han sido los principales responsables del problema. Como quien dice, otros los generan y nosotros lo sufrimos.

En la COP26 se visibilizó nítidamente el movimiento internacional por la Justicia Climática durante las negociaciones de esta cumbre. Cada vez más toman fuerza sus propuestas referidas a lo siguiente:

1) Dejar de utilizar combustibles fósiles, invirtiendo en energías renovables que se gestionen colectivamente y que sean seguras y limpias, 2) Reducir el consumo excesivo de energía, no solo en los países del Norte, sino también entre las élites del sur, 3) Aumentar las transferencias financieras Norte-Sur, basadas en la deuda climática, 4) Promover el derecho de los pueblos a decidir y gestionar sus recursos energéticos de forma respetuosa y solidaria con el ambiente, 5) Desarrollar una legislación que contemple, de un modo justo, objetivos vinculantes para la reducción anual de gases de efecto invernadero.

Las muchas voces polifónicas de las movilizaciones del 6 de noviembre enfatizaban en que la crisis que afrontamos, va más allá de la crisis climática. El planeta tiene un montón de crisis sociales, políticas y económicas interrelacionadas. En el centro se encuentra claramente un sistema económico depredador, ecocida y patriarcal, cuyo único objetivo es el crecimiento continuo y sin control que genera beneficios casi infinitos para unos pocos.

Una manifestación elocuente de esta situación es que 2153 millonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4600 millones de personas según revela un informe del año anterior de la organización internacional Oxfam. Esto sin considerar la asimetría económica gigantesca generada por la pandemia.

Otra gran preocupación manifestada es la relacionada con el espacio que los países ricos y las grandes corporaciones ocupan en las negociaciones dentro de la cumbre. La pregunta que surge es si hay una voluntad política seria para frenar la emergencia climática o se seguirá cediendo al inmenso poder corporativo y de los países poderosos.

Un ejemplo de esta preocupación es el caso de Colombia, donde el presidente Duque hace su intervención en la COP26 con un discurso ambientalista como el que más y saliendo de la cumbre, vuela vertiginosamente a reunirse en Emiratos Árabes a negociar grandes proyectos mineros que según la prensa contempla la exploración y explotación del oro en el páramo de Santurbán.

Otro ejemplo tiene que ver con la ratificación del Acuerdo de Escazú presentado al congreso de la república sin mensaje de urgencia para que las bancadas mayoritarias lo hundan nuevamente al no ser defendido por el gobierno como si lo hace con proyectos impopulares como las reiteradas reformas tributarias que benefician a los grandes conglomerados económicos y van en detrimento de la clase media y los sectores populares.

Como expresaba un columnista el pasado domingo en El Espectador, ojalá esta COP26 no sea la continuidad de un blablabla que lleva más de un cuarto de siglo y solo ha servido para estar más cerca del desastre.

 

HUGO RINCÓN GONZÁLEZ

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