La educa$ción del siglo XXI

Fabio Humar

Me salgo del tema de la paz, y me voy a los colegios.

Siempre he sido crítico de esas instituciones, más desde lo intuitivo que desde lo racional. Más desde lo emocional, sin mucho fundamento teórico, pero siempre con la sospecha, entre pecho y espalda, de que algo no funciona bien en los centros educativos de primaria y bachillerato.

Estudié en un colegio en el que la directora, Clara Gutiérrez de Palacios, era más dueña, más mercader, que educadora. Pensé que era una excepción, y que en general los colegios, que evidentemente son un negocio y deben tener ganancias, estaban ahí para educar. Los años me han mostrado que me equivoqué.

Desde el ejercicio profesional como abogado, cada día recibo más casos de padres de familia que piensan interponer acciones penales en contra de los profesores y otros miembros de los planteles donde estudian sus hijos.

Siempre les pido que recapaciten. Les hago hincapié en el costo elevadísimo de los honorarios de un abogado para esos menesteres y les pido que se vayan por la vía del diálogo. Al fin y al cabo creo que no es el mejor ejemplo para un menor que, desde tan temprano, se meta con abogados, códigos, acciones y recursos.

Sin embargo, con frecuencia veo que los padres tienen razón: Los colegios se convirtieron en unos grandes negocios, donde cada vez más el matoneo, el abuso en contra de los estudiantes por parte de los mismos profesores son pan de cada día. Los planteles se han convertido en grandes cadenas productoras de estudiantes en masa, al mejor estilo de McDonald’s, donde poco o nada importan el estilo, los valores, o las habilidades de cada pupilo en particular.

Y digo que es producción en masa, porque como toda industria estandarizada, los trabajadores y operarios son pobres diablos que van al trabajo como quien va al infierno: Los profesores de los colegios en nuestro país, tanto en colegios privados como en públicos, sufren las peores condiciones laborales. Sin embargo, da más coraje que eso sea así en los privados, que obviamente tienen más recursos para proveer mejores pagos.

Son profesores, casi todos ellos, acostumbrados al maltrato del capataz de turno, que es el rector o vicerrector. Acostumbrados, también, a que se les pague diez meses de salario al año, y a otro sinfín de arbitrariedades, a que vayan arrumados en las rutas escolares, muchas veces sentados en el suelo. He visto, incluso, a profesores que deben hacer aseo algunos días al mes, para reponer horas extras.

Ante esas circunstancias, es apenas obvio que la cadena se rompa por el lado más débil: los alumnos, que se convierten en el receptáculo de la venganza de los profesores, que a su vez han sido maltratados por los dueños de los planteles.

Eso debe cambiar. La profesión docente se debe elevar a la categoría que tiene en otras latitudes, donde ser educador es el mayor privilegio.

Quizá esta columna sí era sobre la paz. Sobre otra paz, la que debe empezar por la educación de los pequeños.

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