El Sendero de la Anaconda

Fabio Humar

Estuve en cine y disfruté de la bellísima película El sendero de la anaconda, largometraje que relata el fascinante libro de Wade Davis. Magistralmente dirigida. Perfectamente producida. Las imágenes son de una belleza sin igual. Abruma saber que en Colombia existen esos parajes. Me imagino que así era el paraíso que se relata en la biblia. Tuve, sin embargo, algunos pensamientos que compartí con la persona que me acompañó a ver la película. Discutimos sobre el punto. Aún hoy, dos o tres semanas luego de haberla visto no he logrado decidirme sobre el punto. Quizá ustedes, estimados lectores, me puedan ayudar. El dilema es este: Es cierto que esos parajes son absolutamente hermosos. Es cierto, también, que se deben preservar lugares como los que se muestran en la película.

Pero lo justo, desde mi punto de vista, es que para acceder a eso lugares hubiera algún tipo de infraestructura. Algunas vías, quizá un pequeño aeropuerto. También algún tipo de hotelería, que permita estar en esas zonas con comodidades.

Mi contertulia, que vio la película conmigo, me decía que no; que precisamente la gracia, la belleza de esos lugares, es que no exista ningún tipo de infraestructura. Que eso, precisamente, es lo que garantiza que esos lugares no sean maltratados por los hombres, y que lo más bello es que el acceso a esas zonas sea casi imposible. Sí, quizá mi compañera de cine tiene razón. Pero esa forma de pensar, que es en exceso conservacionista, es un poco excluyente. Impide que la mayoría de las personas accedan a estos lugares, pues para ir hasta allá se requiere, además de una muy buena forma física, una clara decisión de incomodarse: No hay baños, no hay accesos sanitarios, ni facilidades en la comida.

Los que son más “comodones”, como yo, que por los años y la barriga nos gusta algún nivel de comodidad, también queremos visitar esos territorios. Entiendo, y doy por descontado que no será factible un hotel 6 estrellas, tipo Dubai. Pero hay puntos intermedios. Pongo como ejemplo los hoteles que están en la selva Guatemalteca, en Tikal. O en Iguazú, en Brasil y Argentina. Hay una buena infraestructura que permite ver las maravillas de la naturaleza. Hay luz, agua potable, electricidad. Todo muy armónico con la naturaleza. Nada agresivo o depredador.

Me argumentarán que cualquier intervención humana es agresiva y daña la naturaleza. Sí, tienen razón. Pero, ¿no está el mundo, sus maravillas, para ser conocido? ¿Conocer y viajar, y disfrutar, implica necesariamente incomodidades y riesgos? ¿No puede haber un punto intermedio?

En fin. No sé. Algunos países han utilizado el turismo como fuente de ingresos para, precisamente, labores de conservación: “se sacrifica” una muy pequeña porción del territorio para desarrollar proyectos turísticos, que tiene tasas especiales que deben pagar los turistas. Y con ese dinero, se protege el resto del lugar, ese sí vedado para los visitantes.

Quizá los límites del ser humano sea el nuestro propio confort. ¿Qué opinan?

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