El agro que soñamos (II)

Indalecio Dangond

Les contaba en la pasada columna, como varios países de Latinoamérica y Europa lograron pegar el salto a una agricultura global competitiva y la conveniencia de copiar algunos de esos modelos de éxito en Colombia.
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En un recorrido que hice por Londrina, Maringá y Cascavel, en el Estado de Paraná, Brasil, pude observar que el éxito agrícola y ganadero de ellos, se debe principalmente a la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa). Los 41 centros de investigación, con 9.000 profesionales, lograron posicionar a Brasil, como los mayores productores del mundo en café, naranjas y caña de azúcar; los segundos, en soja y carne bovina; y terceros, en maíz y sorgo. 

Mientras ellos, proveen a sus ganaderos semillas de pastos resistentes a sequías y desarrollan genética bovina con rendimientos promedio de 1.100 gramos/carne/día y 18 Litros/vaca/día; acá se regala con criterio político pacas de henos en épocas de sequía y se provee una genética que escasamente rinde 400 gramos/carne/día por novillo y 3 litros/leche/día por vaca. Mientras las semillas de ellos, rinden, por ejemplo, 12 toneladas por hectárea en maíz; 38 toneladas en yuca y 15 toneladas en sorgo forrajero; las nuestras rinden la mitad. 

Claramente, nuestras entidades de investigación, transferencia de tecnologías, asistencia técnica y planificación agrícola, como Agrosavia, Agencia de Desarrollo Rural (ADR), las Unidades Municipales de Asistencia Técnica Agropecuaria (Umata) y la Unidad de Planificación Rural y Agrícola (Upra), necesitan un replanteamiento urgente en sus programas misionales. En Colombia, más del 50 % de la superficie agrícola es ineficiente por estar sembrada en el lugar equivocado, con semilla de costal y sin asistencia técnica. Con 16 Tratados de Libre Comercio suscritos, esto es un suicidio agrícola.

Otro de los modelos de producción de alimentos de alto nivel es el holandés. Los sorprendentes logros de este diminuto país, conocido como “el nuevo granero del mundo”, se basa en la tecnología aplicada al trabajo en campo. Hace diez años, montaron un área conocida como el “Food Valley” donde se concentra un gran número de las multinacionales de alimentos, institutos de investigación y el Centro de Investigación de Wageningen, con más de 15.000 profesionales activos en ciencias relacionadas con los alimentos, desarrollo tecnológico y fabricación de productos alimenticios de alta competitividad. Una especie del Silicon Valley de California, pero en Agricultura. 

En las zonas rurales de Holanda, no es nada extraño ver a campesinos controlando sus campos con tecnología satelital para informarse de los componentes químicos del suelo, su grado de humedad, la cantidad de nutrientes que tienen y el crecimiento de las plantas y su producción. Gracias a esta tecnología, en 4.000 m2 se producen, por ejemplo, 20 toneladas de papa. En Cundinamarca, Nariño o Boyacá, se producen en el mismo espacio 9 toneladas. En las pocas escuelas agrícolas que quedan en los 691 municipios rurales de nuestro país, los contenidos enseñados son excesivamente teóricos y disfuncionales a las necesidades de vida y de trabajo en las veredas. No se les enseña en forma creativa y práctica, lo que necesitarían aprender para volverse emprendedores y autodependientes. 

Como dijo alguien. “Los que van adelante no van lejos, si los de atrás se apuran”.

INDALECIO DANGOND

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