Algo de historia de la medicina: la Peste Negra (I)

Releer la historia de la salud y la enfermedad es una oportunidad para conocer los progresos de la humanidad en el campo de la medicina.

Uno de los episodios más desastrosos se inició en la Navidad del año 1348, hace más de seiscientos años: la Peste Negra. Para la época, enfermedad desconocida, hoy se sabe que es producida por la “yersinia pestis” y trasmitida por las pulgas que portan las ratas. Ocasionalmente se presenta hoy en lugares aislados en precarias condiciones higiénicas. Saliendo del oriente la peste negra llegó a las costas de Italia en 1348 desatando un número de muertes en toda Europa, sin precedentes en la historia. Luego de tres años, la epidemia había cobrado la vida de  entre el 25 y el 50 por ciento de la población europea; murieron, según las crónicas, alrededor de treinta millones de personas.  

La peste se presentó en tres formas interrelacionadas. Una variante de la peste bubónica, la más común, deriva su nombre de las inflamaciones o bubones que aparecieron en el cuello, las axilas o la ingle de la víctima; los tumores variaban desde el tamaño un huevo al de una manzana; en un corto espacio de tiempo, estos tumores se extendían a todo el cuerpo; poco después los tumores o bubones se tornaban negros o púrpura convirtiéndolos en signo de muerte. Aunque algunas personas sobrevivían el doloroso calvario, la aparición de los bubones indicaba que a la persona le quedaba una semana de vida. La cadena pulgas infectadas, ratas portadoras y la trasmisión al hombre convirtió la peste bubónica en una terrible plaga. Una segunda variante de la peste atacó el sistema respiratorio extendiéndose por simple proximidad a la respiración del infectado, enfermo o moribundo; la esperanza de vida era máximo entre uno y dos días. Por último, la versión septicémica de la enfermedad atacaba el torrente sanguíneo muriendo la persona también en un par de días.


Sin tener ninguna defensa ni comprensión de las causas de la peste, hombres, mujeres y niños fueron presa del pánico. Ningún médico, ningún medicamento aliviaba la enfermedad, la ignorancia de los médicos era similar a la de las personas. Estar cerca de un enfermo era casi una muerte segura. El temor y la fantasía se apoderaron de las personas adquiriendo un comportamiento cruel evitando a los enfermos y todo lo que les perteneciera. Se pensaba en un castigo de Dios. Algunos pensaron que llevando una vida moderada los preservaría de la enfermedad; en las casas en donde no había ningún enfermo se tomaba y comía con moderación. Otros pensaban lo contrario; creían que la cura que la peste era beber y ser feliz, cantar y comer los alejaría de la muerte; pasaban día y noche de taberna en taberna; para qué cuidarse si de todas maneras iban a morir. Abandonaban sus casas y sus propiedades a quien quisiera entrar. El sufrimiento y la miseria trastornó a los hombres, no había ley puesto que funcionarios, administradores, guardias, todos habían muerto. Quienes no se encerraban en sus casas salían llevando flores y perfumes en sus manos con la creencia en los beneficios aportados por el olor de las flores que purificaban el aire además de neutralizar el olor de los cadáveres.

Credito
PABLO ISAZA

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