La bomba atómica en Hiroshima, genocidio para no olvidar

Pablo Isaza Nieto

El 10 de agosto de 1945, después de un cuidadoso planeamiento, Estados Unidos cometía uno de los peores genocidios de la historia de la humanidad, no solo por el numero de personas que murieron en segundos y minutos, sino por las que siguieron muriendo atrozmente durante días, meses, años y generaciones. La decisión final de lanzar una bomba atómica de 20 kilotones de poder sobre una población inerme, compuesta en su mayoría por mujeres, niños, ancianos y unos pocos trabajadores industriales, fue tomada por el presidente Harry Truman, quien adujo después que decidió dar la orden de utilizar la bomba porque Alemania estaba preparando una similar y era una amenaza para los Estados Unidos. Irónicamente, Alemania ya se había rendido a las fuerzas aliadas encabezadas por Rusia, Inglaterra y Francia con el apoyo de los Estados Unidos.

Los asesores del presidente Truman sabían con certeza que las radiaciones emitidas por el poder nuclear causarían muerte instantánea para los afortunados y daños viscerales y quemaduras incurables para los sobrevivientes, así como daños a generaciones enteras.

En noviembre de 1944, una comisión sobre Bombardeo Estratégico de los Estados Unidos había sido encargada de llevar a cabo estudios sobre los efectos de bombardeos sobre Alemania. El 15 de agosto de 1945, Truman amplió su misión para investigar los efectos de bombardeos en otros sitios en Japón. Su personal incluyó 350 oficiales, 500 suboficiales y 300 civiles. Una vez lanzadas las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, organizó equipos médicos y científicos que hicieran seguimiento a los sobrevivientes para documentar que sucede cuando el organismo humano es sometido a altos niveles de radiación.

En noviembre de 1946, el mismo Truman ordenó un estudio más preciso de las lesiones causadas por la bomba atómica creando una Comisión de Víctimas de la Bomba Atómica, (ABCC). La comisión le informó los hallazgos de los efectos de la radiación: cáncer, leucemia, disminución de la vida útil, pérdida de vigor, crecimiento y trastornos del desarrollo, esterilidad, alteración genética, pigmentación anormal, pérdida del cabello y cambios epidemiológicos.

El destino de todos los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki ha sido el de vivir con el estigma de la bomba atómica estampada en marcas permanentes en sus cuerpos y sus mentes.

El número de muertes fue imposible de calcular por el caos reinante. Inicialmente se estimó entre 42 mil y 93 mil. Encuestas posteriores llevadas a cabo en barrios y localidades la elevaron a una cifra más confiable, 130 mil personas, como se dijo en su mayoría mujeres, niños y ancianos. En Nagasaki las muertes ocurridas fueron 70 mil.

La mayoría de las personas que estaban en el centro de la llamada zona cero o blanco y que recibieron una alta radiación murió de inmediato o durante el primer día. Un tercio de todas las muertes se produjeron en el cuarto día. Dos tercios el decimo día y 90 por ciento al cabo de tres semanas.

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