El presidente Obama y sus disculpas en Hiroshima

Pablo Isaza Nieto

La semana que terminó el 28 de mayo pasado, la noticia primera en los diarios del mundo estuvo referida a la visita del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a Hiroshima, Japón, ilustrada con una fotografía en la que abraza al ciudadano japonés Sunao Tsubi, sobreviviente de uno de los mayores genocidios que se registra durante la historia de la humanidad: la bomba atómica de 20 kilotones de poder, descargada sobre una población indefensa de ancianos, mujeres y niños, el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima y Nagasaki.

El número de muertes fue imposible de calcular por el caos reinante. Inicialmente se estimó entre 42 mil y 93 mil. Encuestas posteriores llevadas a cabo en barrios y localidades elevaron los muertos a una cifra más confiable, 130 mil personas en Hiroshima. En Nagasaki las muertes ocurridas fueron 70 mil. En total murieron en el trascurso de cuatro semanas 200 mil personas.

Una gran cantidad de personas fue aplastada en sus casas y en los edificios en que trabajaban. Según sobrevivientes, sus esqueletos podían verse en las ruinas y cenizas en casi mil 500 metros a la redonda del centro de la explosión. Gran cantidad de población, a distancias considerables del centro del impacto, deambulo hasta morir. Presentaban vómito y diarrea sangrienta y acuosa, asociado a debilidad extrema. Murieron en las primera y segunda semanas después de que las bombas fueron lanzadas.

Durante este mismo período las muertes por lesiones internas y quemaduras aumentaron. El fuego y la radiación infrarroja de las detonaciones causaron graves quemaduras, sobre todo en la piel o debajo de la ropa oscura. Las personas que no murieron en la segunda y tercera semana posteriormente presentaron sangrado por piel y mucosas (púrpura) que a menudo se asoció con una coloración amarillenta de la piel, así como depilación y anemia.

El daño a la médula ósea, manifestado por un conteo bajo de glóbulos blancos y la ausencia casi completa de las plaquetas necesarias para evitar el sangrado, causó las muertes ocurridas entre las cuarta y sexta semanas posteriores.

La bomba atómica fue elegida como arma de disuasión para ganar la guerra al Japón en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Fue seleccionada por el presidente Harry Truman y sus asesores al convencerse el Presidente de que el horror que podría causar a la población civil japonesa era suficiente para terminar la guerra. Los asesores médicos dieron amplias explicaciones al presidente Truman sobre los efectos de las radiaciones en las personas; satisfecho con esta información, dio la orden de bombardear Hiroshima y Nagasaki.

La guerra contra el Japón ya estaba ganada cuando Truman decidió emplear la bomba atómica. El general Dwight Eisenhower, comandante de las tropas de Estados Unidos, expresó posteriormente que “en primer lugar Japón ya estaba derrotado y que era totalmente innecesario dejar caer la bomba, y en segundo lugar, porque pensé que nuestro país debía evitar el impacto sobre la opinión mundial por el uso de un arma cuyo empleo se comprobó, fue aterrador”. El genocidio ya estaba decidido.

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