Ante el dolor de los demás

Pablo Isaza Nieto

El dolor de los demás no es mi dolor, no es nuestro dolor. Es de ellos. Con estas palabras subyacentes, la obra de la escritora y periodista norteamericana Susan Sontang, ‘Ante el dolor de los demás’, es un maravilloso ensayo sobre la sensibilidad existente o no acerca de acontecimientos partir de la mirada a imágenes y fotografías que muestran la crueldad de la guerra. Sus obras han sido traducidas a 32 idiomas, habiendo ganado el premio Príncipe de Asturias y el premio de la Paz de los Editores y Libreros alemanes de la Feria de Fráncfort. Murió de cáncer en 2004.

En su análisis considera que es absurdo pensar que en sitios y estratos donde la gente goza de estabilidad y seguridad ante las noticias e imágenes de sucesos de guerra estas puedan aceptar o no, considerar el dolor de otras personas. Narra un episodio vivido como periodista durante la guerra de la antigua Yugoeslavia. Una ciudadana de Sarajevo en octubre de 1993 le dijo: “En octubre de 1991 yo estaba en mi bonito apartamento de la apacible ciudad de Sarajevo. Recuerdo que un noticiero nocturno trasmitió unas escenas de la destrucción de la ciudad de Vukovar, a unos 300 kilómetros de aquí. Qué terrible, me dije, y cambié de canal”. Luego comentó con cierto sentimiento de culpabilidad: “Donde quiera que la gente se siente segura sentirá indiferencia ante el sufrimiento de otros”.

Continúa Susan Santong: “Los muertos del campo de batalla casi nunca llegan a nosotros, ni en sueños. Vemos la lista en el periódico de la mañana durante el desayuno pero descartamos el recuerdo con el café”. Es indiferente. Sufren. Sufren otros. Sufren los demás.

La escritora inglesa Virginia Wolff (1882 - 1941) publicó ‘Tres Guineas’ en 1938. Se refiere a la sensibilidad visual ante las imágenes de la guerra, en este caso a imágenes de la Guerra Civil Española: “En las noticias de esta mañana, hay una fotografía de lo que puede ser el cuerpo de un hombre, o de una mujer: está tan mutilado que también pudiera ser el cuerpo de un cerdo. Pero éstos son niños muertos; y esto otro, sin duda, la sección vertical de una casa. Una bomba ha derribado un lado; todavía hay una jaula de pájaro colgando en lo que probablemente fue la sala de estar”.

La guerra produce «horror y repulsión». La guerra es una abominación, una barbaridad, la guerra ha de evitarse a toda costa.

Wilfred Owen, poeta joven que murió una semana antes de terminar la Primera Guerra Mundial, dice en uno de sus poemas: “Uno de los mandamientos esenciales de Cristo fue: ¡Pasividad, cueste lo que cueste! Habrá que soportar la deshonra y la vergüenza, pero jamás recurrir a las armas. Dejarse acosar, dejarse humillar, dejarse matar, pero nunca matar. El cristianismo puro jamás será compatible con el patriotismo puro”.

La sociedad no puede volverse insensible ante el sufrimiento de “los demás”. La guerra no es algo inevitable. La guerra debe terminar. Aquí la guerra terminó.

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