Corrupción, patología y criminalidad

Pablo Isaza Nieto

Las noticias sobre corrupción en Colombia son cada vez más frecuentes y, por qué no decirlo, aterradoras. El que el Fiscal Anticorrupción se hubiera vendido por 10 mil dólares es una demostración de lo bajo que se ha caído.

El corrupto, como se ha analizado en otras columnas, es un ser patológico con linderos en la criminalidad. En la reciente revista de la Academia Nacional de Medicina, el médico psiquiatra Alfredo Jácome-Roca hace un análisis sobre esta patología.

Según él, existe una gran variedad de teorías biológicas, psicológicas, sociológicas y económicas que explican la conducta corrupta, algunas de ellas profundizan sobre cómo las prácticas generalizadas de violación de las reglas pueden afectar la honestidad individual y la voluntad de actuar honestamente. Estudios de las universidades de Nottingham y Yale concluyen que el entorno influye en la honestidad intrínseca del individuo. Si se percibe el engaño como un hecho presente en la sociedad y que pasa impune, la gente considera justificable la deshonestidad en asuntos cotidianos sin poner en peligro el autoconcepto de ser honesto y más bien se considera este acto como una forma de triunfar en este ambiente.

El engaño es común en el mundo animal y hace parte del proceso evolutivo; en ese sentido, se considera como un acto natural, innato y que responde a la lucha por la supervivencia. Algunas especies se camuflan, se mimetizan, se hacen las muertas, utilizan químicos que no permiten ver la gravedad de un ataque. Sin embargo, en los humanos, y para garantizar la efectividad de la vida en sociedad, la respuesta civilizada se fundamenta en la regulación de las relaciones mediante una institucionalidad fuerte que limite el engaño y las violaciones a las normas (corrupción, evasión fiscal y fraude político). Las personas necesitan sentirse honestas para evitar un problema psicológico; mientras que para justificar actos de corrupción, el corrupto acude dentro de si mismo a excusas con argumentos debatibles, al autoengaño o a anestesiarse para controlar el sentimiento de culpa. Sabe que comete actos criminales pero los elude psicológicamente.

Cita, el Dr. Jácome-Roca cita un estudio del sociólogo Edison Ortiz: “por cada punto que incremente el riesgo de corrupción en el país, 10.000 jóvenes son retirados del sistema educativo en el nivel de secundaria y 120 niños morirán al año. Así pues, el corrupto sería cómplice de homicidios (por los niños dejados de vacunar y aquellos que no alcanzan a tener su primer año de vida), y al aumentar con su actuación la probabilidad de mayores niveles de delincuencia al impedir que miles de jóvenes accedan a la educación. La desnutrición y la muerte de los niños Wayuu, los carteles de la hemofilia y de enfermos mentales, los colados del Sisbén, las sobrefacturaciones en la vacunación son actos cometidos por una patología criminal.

Quien aumenta su fortuna utilizando un cargo público sabe que es un corrupto con rasgos de criminalidad.

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