El desgobierno de Duque o cómo hacer trizas un Acuerdo de Paz

Ismael Molina

Cuando en 2016 se firmó el Acuerdo de Paz entre el Gobierno nacional y las Farc, muchos pensamos que se había iniciado un proceso de reconciliación nacional y que finalizaba la confrontación armada que había comenzado 52 años antes, cuando desde el Estado Colombiano habían decidido que las voces de inconformidad de los grupos campesinos del sur del Tolima eran expresiones del comunismo internacional y que lo que se estaba formando en Marquetalia, era una república independiente del gobierno central y, en asocio con el Comando Sur de las fuerzas armadas norteamericanas, se optó por una operación militar para bombardear a esas 48 familias campesinas que habían osado pensar diferente en la profundidad de las montañas del sur de nuestro departamento.
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El resultado no pudo ser más paradójico: el inconformismo campesino se convirtió en rebeldía y las expresiones campesinas liberales dieron paso a la formación de una guerrilla, esa sí de raigambre comunista. Así nacieron las Farc. Fueron el producto de la incapacidad del Estado Colombiano de responder a los reclamos de grupos sociales campesinos, que pedían tierra, educación, salud y carretas para poder mejorar la vida. Pero también lo fueron como producto de la prepotencia de una clase dirigente que no fue capaz de construir el diálogo con la sociedad campesina que se sentía excluida y olvidada y para justificarlo, se inventaron un relato que se ajustaba al momento histórico de la guerra fría, con el único objetivo de mantener sus privilegios a costa de la pobreza y el atraso del pueblo rural y urbano.

 

Hoy, cuatro años después de esa luz de esperanza que significaron los Acuerdo de la Habana, los negros nubarrones de la confrontación se presentan en el horizonte, de la mano del asesinato sistemático de líderes sociales y de una campaña de exterminio de los firmantes de los acuerdo de paz por parte de la guerrilla, que se realiza bajo la mirada indolente de un Gobierno que no quiere oír el llamado a la Paz, que no lo acepta como una obligación estatal y que prefiere hacer anuncios de compromiso ante las entidades internacionales, pero que en política interna tiene como compromiso la decisión expresada por Fernando Londoño, exministro del Interior e importante vocero del partido de gobierno, que la primera tarea de éste gobierno era hacer trizas los acuerdo de Paz.

Tal acción ha sido el producto de un comportamiento y una retórica de radicalización en contra de las expresiones disonantes de la posición política del partido de gobierno, haciéndolas aparecer como parte de un supuesto complot de las fuerzas “castrochavistas”, o del foro de San Pablo o de cualquier otra expresión de pensamiento alternativo, presentándolos como enemigos de la democracia, la libertad y el progreso económico.

Ese discurso ha servido para estigmatizar a los líderes asesinado, para cubrir de dudas el comportamiento ético y político de la oposición y para descalificar cualquier expresión de protesta, llámese indignación por la muerte de civiles como el 9 de septiembre, o la minga indígena o el paro de Fecode y ahora, la marcha por la Paz de los excombatientes de las Farc.

No son las fuerzas alternativas las que están atentando contra la democracia y la libertad, son las fuerzas que se agrupan alrededor del Centro Democrático, las que en nombre de proteger el actual estado de cosas, quiere destruir la Constitución de 1991, eliminar el acuerdo de Paz y acabar con las expresiones populares que no se acogen a sus designios y a su comportamiento agresivo y antipopular.

La discusión no es solo el respeto a la vida de los líderes sociales y a los excombatientes de la Farc, es una discusión que va en la dirección de defender la posibilidad de pensar diferente sin que ello implique la estigmatización o la muerte. Es defender las libertades democráticas de un Estado Social de Derecho que quieren ser conculcadas en nombre de defender la estabilidad de un gobierno y un régimen que cada vez se acerca más a las formas dictatoriales y se aleja de la democracia, la libertad y el respeto a la vida y al pensamiento de los otros. La democracia solo es democracia cuando sirve para proteger a los que piensan diferente.

ISMAEL A. MOLINA GIRALDO

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