Administración de Ibagué: entre el irrespeto y la negligencia

Ismael Molina

La administración municipal de la ciudad, desde su inauguración en enero de este año, no ha logrado pasar un tiempo prudencial sin verse envuelto en alguna polémica producto de su acción improvisada y falta de criterio.
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Ese comportamiento se ha expresado en las frecuentes polémicas alrededor de procesos licitatorios tales como las fallidas adjudicaciones sobre el coliseo deportivo, la discutible contratación de mercados en el inicio de la pandemia, los señalamientos sobre la continuación de las obras del acueducto complementario o la inacción de algunas entidades como IBAL y planeación municipal, que entorpecen una actividad económica, como la construcción, tan necesaria en la generación de empleo, cuando estamos a la vanguardia de las cifras de desempleo en Colombia.

Pero, a falta de controversias, ahora hemos acumulado el irrespeto a la ciudadanía, desconociendo elementos vitales de la identidad local y ciudadana. Estoy hablando del sistemático desconocimiento de los colores de nuestra bandera, como instrumento de identidad. Que sepamos, los colores que corresponden a nuestra bandera son el verde, el amarillo y el rojo y, por simple respeto ciudadano, los colores institucionales de toda administración local, debe tenerlos como referencia obligatoria.

Pues bien, nuestro Alcalde, en un comportamiento totalmente descortés con la ciudad, decidió desconocer su obligación, y hacer de sus recientes inclinaciones políticas, su vinculación con las toldas azules, la marca de ciudad y, en una acción más que discutible, pintar de color azul los diferentes elementos de identidad local y que reflejan el amor por la ciudad. Así lo ha hecho con los letreros realizados en diferentes espacios públicos, la reconversión y mantenimiento de algunos parques, la pintura de rotondas y fuentes luminosas, la intervención de la Concha Acústica y la pretendida pintura del estadio Murillo Toro. 

Que sus amores políticos hayan cambiado, del liberalismo que practicaba en un pasado reciente al conservatismo, es exclusivamente de su incumbencia. Pero, querer cambiar los colores de identidad de la ciudad, como pago a su elección y el reflejo de sus nuevos amores, si es un asunto de todos los ibaguereños. Puede cambiar los símbolos, que por medio de un corazón identificaba la anterior administración, pero no tiene el derecho de cambiar los colores de identidad de la ciudad y, como ciudadano, le solicito que los reivindique como parte de aquellas cosas que no están en juego en los eventos electorales.

Pero su falta de tino no termina en esa irrespetuosa acción contra Ibagué.  Su falta de liderazgo en el manejo de la ciudad nos está costando mucho. El hecho evidente de no haber sido capaz de consolidar un equipo de trabajo, donde los cambios intempestivos y sin explicación alguna ha sido una constante en este primer año. Pero esta falta de capacidad para empoderar su equipo de trabajo, va de la mano de su incapacidad en definir las prioridades de la ciudad.   

El más importante problema que afronta la ciudad en la actualidad es el desempleo y la sensación es que para la administración ese problema tuviera poca relevancia. No hay un plan para combatirlo, no se busca un acuerdo local que establezca un rumbo para enfrentarlo y, solo una vez que los gremios lo confrontan, presenta al Consejo Municipal tímidas acciones para apoyar la reactivación económica.

El manejo de la pandemia ha sido profundamente equívoco, pues no ha tenido la búsqueda de objetivos precisos y las decisiones que se toman expresan improvisación y falta de criterio. Se pasa de una apertura sin control a un cierre total de la ciudad, sin importar los efectos económicos y sociales que ello implica. Es decir, no hay reflexión y tino en la toma de estas decisiones.

El reinicio de obras que había dejado la anterior administración, como el acueducto complementario y las obras de los escenarios deportivos, ha tomado más de 10 meses, que ha perdido la ciudad y la administración local. La puesta en práctica de las nuevas acciones que se derivan de los planes parciales en la zona de expansión, no arrancan y, aún, los instrumentos legales que apalancan la actividad de la construcción en la nueva ciudad que se levanta, siguen sin aplicarse o lo hacen de manera incompleta, como se puede ver en la aplicación de la plusvalía pagadera en obras, tan importantes como la proyectada calle 103.

En fin, estamos ante una administración irrespetuosa y negligente, que esperamos sea capaz de corregir, para el bien de la ciudad y de todos los ibaguereños. Y, si no es capaz, por lo menos que tenga la lógica de hacerse a un lado y así buscar nuevos aires para una ciudad que la asfixia el desempleo y la incompetencia.

ISMAEL ANTONIO MOLINA

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