Pobreza alimentaria, un fenómeno no tan oculto

Jaime Eduardo Reyes

El pasado sábado se celebró el día mundial de la alimentación, fecha que llamó la atención de muchos debido a que existe un justificado temor sobre los crecientes niveles de inseguridad alimentaria que conlleva a mayores niveles de pobreza, particularmente la que se conoce como pobreza alimentaria.
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En Ibagué, las cifras del Dane sobre inflación muestran que el precio de los alimentos aumentaron durante la pandemia, otras cifras, muestran que muchos hogares ibaguereños dejaron de consumir tres comidas diarias por causa de la pandemia. Atrás quedaron los días en donde el 99 % de los hogares de la capital tolimense aseguraban plenamente su alimentación e iniciamos una época de pobreza alimentaria. Este tema es trágicamente triste como quiera que el Tolima durante años ha sido despensa de alimentos y aunque se ha perdido participación en el PIB agropecuario, el departamento es líder en producción de cereales, frutas y hortalizas.

En términos económicos los expertos anuncian que los consumidores tendrán que acostumbrarse a precios más altos de los alimentos. Esta situación afecta directamente a los más pobres y a las familias con menores ingresos, y entre estos, estudios muestran que las mujeres y las niñas son particularmente más vulnerables a dicho fenómeno. 

La inseguridad alimentaria no sólo afecta a los hogares en las ciudades, sino también a las pequeñas familias campesinas productoras. En muchos casos, el incremento de los precios de los alimentos no se traduce en mayores ingresos para los campesinos y pequeños productores. Por otro lado, muchos de estos necesitan comprar, a precios altos, alimentos que no pueden cultivar o productos que son elaborados por la agroindustria. La pobreza por ingreso se traduce en pobreza alimentaria conllevando a desnutrición, hambre, y problemas en la salud humana.

Es pertinente que los gobiernos le den la importancia a este problema, es clave revisar lo que puede estar pasando en la actualidad y atender a los hogares urbanos pobres y a las familias campesinas, colocándolas en el centro de la política pública. 

Vale la pena reeditar las discusiones que sobre soberanía alimentaria y seguridad alimentaria hemos tenido en el departamento, formular programas de agricultura urbana y de agricultura climáticamente inteligente, y desarrollar programas de asistencia técnica en los procesos de producción y comercialización.

Un tema sobre el que se debe trabajar y que necesita de mayor atención es el de una adecuada relación rural-urbana, revisando los aportes que cada uno le hace al otro y estableciendo reglas de juego que concreten los equilibrios de sostenibilidad económica y ambiental. Recordemos que uno de los tres principios que sustentan nuestro proyecto colectivo de largo plazo es precisamente el de dicha relación. También es muy importante desarrollar proyectos de bioeconomía que impulsen nuevos sectores productivos basados en las fortalezas que le brinda los recursos naturales al Tolima.

JAIME EDUARDO REYES

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