La cara oscura del liderazgo

María Yolanda Jaramillo G.

Hemos escuchado con frecuencia, “somos buenos gracias a nosotros”, pero “somos malos o deficientes a pesar de nosotros”; es un elogio a la libertad para hacer el bien, o para hacer el mal.

Desde Platón y Aristóteles en sus diálogos (Memón, Georgias, Protágoras) hacían referencia a la acción de elegir libremente “obrar bien” o “obrar mal”, quien conoce el bien obrará como corresponde; el que obra mal no lo hace, porque desee el mal directamente, sino, porque cree que así consigue algo bueno para “él”, lo malo de su comportamiento, se le oculta; como está oculto el veneno en el vaso de agua fresca, que bebe el sediento, sin ánimo de suicidarse; es la expresión del conflicto que existe entre lo que es bueno para mí, y lo que es bueno para los otros, cuesta mucho esfuerzo pasar de “yo prefiero esto”, a “nosotros queremos esto, porque es lo justo”. Este es el gran enredo en el que se sumergen nuestros líderes políticos.

Un buen líder siempre tiene la mirada en el largo plazo (no en lo cotidiano ~ diario) se preocupa por el bien común, es colectivista, y tiene como valor fundamental a la “Ética”, como uso de su razón práctica, en su acción humana, cuyos principios y preceptos determinan su cultura personal, “forma de vida”.

No se nos juzga buenos o malos, por nuestra forma de argumentar o por nuestras emociones, sino exclusivamente por lo que hacemos deliberadamente con nuestra vida.

Tomás Chamorro (gurú en liderazgo) reflexiona: “En América Latina uno ve que nunca falta talento a nivel individual, que el grueso de la gente es educada, trabajadora y honesta, pero que al estar a la merced de líderes que no tienen mucho rigor ético –y los ejemplos sobran– veamos cuál es la realidad en la mayor parte de nuestra región.

Ahora, analicemos qué pasa en países donde a nivel individual no se ve demasiada brillantez, como Suecia o Corea del Sur, pero donde colectivamente hay reglas éticas que hacen que se favorezca el grupo”. Por consiguiente, una sociedad no puede construir caminos de justicia social, sin ese vínculo ético, al que Aristóteles llamó “Amistad Cívica”, la amistad cívica es la que nos une en el diálogo, nos convoca a ser humildes, y respetuosos; condiciones necesarias, para descubrir qué es lo justo, y qué se necesita para lograrlo.

Seremos tan afortunados de tener líderes que sepan conjugar ética - amistad cívica y felicidad, o en ellos solo existe, el imperio de la emoción, la crítica ofensiva, la soberbia con la cual quieren hacerse notar (la cara oscura del liderazgo); ellos permanecen indiferentes y no les importa en absoluto, que a Ibagué la atracó la corrupción.

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