Se encontró un salvador, todo terminó en un fracaso

María Yolanda Jaramillo G.

Así lo manifestaban unos caminantes que regresaban de sus trabajos, en una aldea llamada Emaús, quienes comentaban muy apesadumbrados la derrota, de quien consideraban el “Libertador de Israel” el “Poderoso Profeta”; reconocido por Dios y por todo el pueblo, el cual, había sido condenado por los sumos sacerdotes, a la crucifixión y muerte de cruz.

Estos caminantes fueron testigos del momento más glorioso de los misterios de Dios el “reencuentro con Cristo resucitado”, que la liturgia de la Iglesia conmemoró en la Solemne Vigilia Pascual de la Semana Santa. Cuando Él se presentó ante los apóstoles, pronunció “Paz a ustedes” y añadió “tenía que cumplirse todo lo que estaba escrito en la ley de Moisés, en los profetas, y en los salmos referente a Mí”.

Jesús nos muestra como en el antiguo testamento, las escrituras descubren los hilos que unen los diversos acontecimientos que nos muestran el cumplimiento del plan de Dios a lo largo de la historia. Conocemos que el Salmo 22 del Rey David (antiguo testamento) se refiere al futuro Mesías, cuyos supremos dolores predice. Jesús en su agonía en la cruz lo recuerda al pronunciar el inicio del Salmo “Dios mío, Dios mío, porque me abandonaste” (sermón de las siete palabras).

“Mi Dios, de día llamo y no me atiende

de noche, más no encuentro mi reposo

más yo soy un gusano y ya no un hombre,

los hombres de mí, tienen vergüenza

y el pueblo me desprecia

como perros de presa me rodean

me acorrala una banda de malvados

han lastimado mis manos y mis pies

con tanto mirarme y observarme

pudieron contar todos mis huesos

reparten entre sí mis vestiduras

y mi túnica la tiran a la suerte… (continúa)

Es la profecía del Salmo 22, que se cumple en la agonía de Jesús en el Monte Calvario.

La gloria de Dios se manifiesta con la muerte vencida, en el instante mismo de la “Resurrección” de entre los muertos al tercer día. Esta verdad de Dios nos debe llevar a la experiencia de una conversión profunda, en nuestra fe, que debe ser alimentada en la palabra de Dios en la liturgia, y en el servicio a la “Nueva Evangelización” a la cual, nos llama la iglesia a través de la parroquia. Solamente es posible amar al Cristo histórico con los ojos de la fe.

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