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Fue una reacción de facto por parte de grupos violentos, proveniente de la reiterada resistencia del actual presidente norteamericano a reconocer los resultados del proceso electoral adelantado en noviembre de 2020. Trump ha hablado sin pruebas de un fraude que no ha sido declarado por autoridad electoral o judicial alguna.
Sabemos que los fanáticos -como lo son estos bárbaros- no reconocen la democracia. No respetan el Derecho, ni las instituciones, ni las reglas. No atienden argumentos. No tienen escrúpulos. Atropellan las libertades. Para lograr sus fines, todo vale: manipulación, delito, violencia.
Es indudable que Trump es responsable -política y jurídicamente- por lo ocurrido. Su incidencia en estos penosos acontecimientos fue ostensible. Aunque al parecer no ocurrirá, se habla de iniciar contra él un nuevo juicio político en el Congreso o de aplicar -como lo pidieron Nancy Pelosi y otros dirigentes- la Enmienda XXV a la Constitución, de 1967, a cuyo tenor, en caso de que el Presidente sea depuesto de su cargo, o fuera incapaz de cumplir los deberes de su cargo, el Vicepresidente asumirá como Presidente. Este último procedimiento no parece ser el indicado, y el día 20 es el traspaso de poder.
Fue digna la actitud de los congresistas, y la del Vicepresidente Mike Pence, quien con franqueza se apartó de las pretensiones de Trump sobre desconocimiento de los resultados electorales. En horas de la madrugada del 7 de enero fue certificado el resultado de los comicios. Joe Biden es el presidente electo y Kamala Harris la Vicepresidenta.
Ojalá el lamentable acontecimiento sea superado por la convicción democrática de los estadounidenses.
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