Nuestra obra inconclusa

José Javier Capera Figueroa

Las diversas manifestaciones en las últimas semanas en el mundo, nos muestran que las sociedades se debaten entre el encierro por la vida o el intento de ser libres en medio de la cuarentena.
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No cuesta entender que el Covid-19, refleja la fragilidad de nuestros tiempos que son cada vez más volátiles en donde los gobiernos no tienen la capacidad de acción y los protocolos son simples recetarios paliativos, que no ponen el dedo en la llaga ni menos una cura real ante la enfermedad que estamos viviendo como humanidad.

Aunque nos queda claro, que los pobres y más necesitados no le temen a la vida, sino a la posibilidad de sobrevivir en medio de las dificultades, la clase media que se asume como “afortunada” por gozar de alguna condición, ve como lentamente se derrumban sus sueños y la precariedad invaden sus hogares, pero los de arriba, si esos que han hecho de la pandemia el mejor momento para seguir usados sus artimañas y prolongar sus redes de poder, no han parado de impulsar sus diversas formas de manipulación, corrupción y politiquería al interior de las instituciones.

El imaginario colectivo de pensar que Colombia es un país necesitado de esperanza, paz, armonía y buen vivir es una realidad que cada vez logramos evidenciar. No, era necesario que lo sufrieran de forma concreta las regiones en sus distintas expresiones, aunque la pandemia nos muestra la incapacidad del Estado, a través de un gobierno que no sabe para dónde ir y llevar las decisiones de todo un país o cuando intentamos darle el beneficio de la duda, por su poca experiencia o voluntad de ponerle el pecho a las distintas situaciones que trae consigo la pandemia en el país, que lentamente se vuelven más profundas y nos llevan a contemplar situaciones de despojo, violencia y miseria estructural en los territorios.

Las crisis son para aprender y afrontarlas con el mayor sentido de lucha y esperanza, no podemos verla como un castigo divino o como un mal que debía suceder. Posiblemente, sea un momento para hacer una pausa activa, meditar, reflexionar y tomar acciones que nos permitan repensarnos como sociedades y ciudadanos, para así tomar alternativas desde adentro y abajo para transformar la tragedia que vivimos en pleno siglo XXI.

Bien, lo decía uno de los poetas malditos país: Vargas Vila, que el mejor remedio para el dolor era sufrirlo en carne propia, porque luego quedaría el sabor que no fue tan profundo como lo pensábamos. Es el momento para aprovechar y salir adelante, amarnos, ser solidarios e intentar pasar del verbo a las acciones en sus distintas dimensiones.

Aunque, luchamos frente a las adversidades y en muchos casos la frustración se hace generalizada, al ver la incongruencia de un Estado, que le da más importancia al capital y no a la vida, nos devela el camino equivocado y posiblemente podamos en nuestra próxima pandemia haber asumido un cambio desde y con los de abajo. Sin embargo, nuestra obra a medias en la tierra de Macondo es una realidad que no podemos negar.

Tal Vez nos duele pensar que, si el virus invadiera de forma profunda a miles de familias en territorios como Buenaventura, Tumaco, Riohacha, Toribio, Armero, Aracataca y Bojayá entre otros, sería la peor tragedia del momento.

Deberíamos, considerar que el virus no es el peor de los males que estamos afrontando como sociedad, pero sí es una muestra para entender la incapacidad e ineptitud de la clase política tradicional, la precariedad de las instituciones público-privadas, la falta de solidaridad del sector financiero y la dependencia de rebuscarnos la vida en medio de la violencia, el fuego cruzado por el poder y el endurecimiento de la pobreza, el hambre y la miseria en sus diversas expresiones que viven día a día las comunidades en sus territorios.

JOSÉ JAVIER CAPERA FIGUEROA

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