Pánico digital

Juan Carlos Aguiar

Mi celular se empezó a llenar de notificaciones, incluso de personas de las que hacía mucho tiempo no sabía. Muchos de mis contactos habían comenzado a usar otras redes destinadas a la mensajería instantánea. “¡Fulanito usa Signal!”, “¡Sutanito usa Telegram!”. Una estampida masiva hacia aplicaciones que existían desde antes, pensando, quizás, que estas son la gran novedad. Y no lo son. Muchos quieren abandonar WhatsApp, como si este grande de la tecnología propiedad de un gigante mucho más grande, fuera un barco que lentamente se hunde y que ha sido desahuciado por sus propias políticas, todas apocalípticas para los secretos que cada uno esconde en sus conversaciones privadas.
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No recuerdo cuándo fue la primera vez que descargué Telegram, pero sí fue hace más de tres años, luego de que alguien me dijera que era más segura que WhatsApp y que nuestra privacidad estaría protegida. A la final esta App se me perdió en el olvido por la falta de uso y solo fueron unos días de novedad en los que algunos curiosos se atrevieron a explorar sus funciones y a escribirme por allí. Luego la eliminé. De Signal sí tengo la fecha exacta en la que comencé a usarla, porque es más reciente. Fue el 18 de septiembre de 2020, cuando con un grupo de amigos de años migramos hacia esta nueva oferta de comunicación. Han pasado cuatro meses desde entonces y solo he chateado con aquel grupo con el que, paradójicamente, conservamos la misma versión en WhatsApp donde tenemos mucha mayor actividad.

Llevo varios días indagando con expertos sobre este tema y la única conclusión a la que he podido llegar es que esas fotos íntimas o las vergüenzas ocultas en los celulares que a muchos les asusta se filtren, seguirán a buen resguardo en cualquiera de estas opciones y muchas más; sucederá lo mismo con las conversaciones que quieren mantener en el anonimato. Esto solo se pierde o se filtra por descuidos que suelen ser de nosotros mismos. A Facebook, la más grande red social del mundo, y propietaria de Instagram y WhatsApp, no le interesan nuestras trivialidades, así como a ninguna otra de estas redes. Muy distinto es si hablamos de nuestro comportamiento como consumidores, donde cada uno es una verdadera mina de oro para estas empresas. Nuestros datos, nuestra información, lo que hacemos, lo que compramos, los sitios que visitamos, lo que anhelamos, es lo que al final interesa a estas compañías. Y sí, hablo de compañías en general, porque son todas. Nada es gratuito en esta vida y, como lo dejó bien claro el documental “El dilema de las redes sociales”, si no está pagando por un servicio es porque el producto es usted. No quiero ser fatalista, pero llegará el momento en que opciones como Telegram o Signal también perfilen a sus usuarios y desarrollen sus propias bases de datos que estarán disponibles al mejor postor. Sostener sus operaciones cuesta mucho dinero y al final deben generar ingresos. ¿Quiere privacidad y seguridad de extremo a extremo para resguardar sus invaluables secretos? Comience a pagar por ello. Puede comprar un celular Kaymera o descargar la aplicación Cipherbond la que obviamente cuesta mes a mes, solo por poner dos ejemplos de lo mucho que hay disponible actualmente. En esta era 2.0, cuando todo lo que hacemos queda registrado en algún lugar, en un servidor remoto al otro lado del mundo, quien no quiera estar en las bases de datos, que es lo que todos buscan, hasta cuando usted adquiere una cuchara, tendrá que convertirse en un ermitaño cibernético sin redes sociales o correos electrónicos, que no usa celulares inteligentes, que no compra en red o lo que es más grave que no utiliza internet.

 

JUAN CARLOS AGUIAR

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