La verdad

Juan Carlos Aguiar

Vimos esta semana una reunión que, en otro momento, hubiera sido inimaginable. Sentados, frente a frente, el expresidente Álvaro Uribe y el presidente de la Comisión de la Verdad Francisco de Roux. Una cita con la historia; un compromiso de valor, —aceptado, quizás a regañadientes, por parte del también exsenador, quien no reconoce dicha comisión por surgir de las negociaciones con las FARC—. Es indudable que es un paso hacia la reconciliación nacional, en la que el exmandatario puede jugar un papel relevante. Claro, solo si decide hacerlo.  
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Muchos han analizado la ubicación de la mesa, la distribución de las sillas, la posición de poder asumida por Uribe en el encuentro en su finca El Ubérrimo, aunque para ser francos, De Roux, con su formación jesuita y la humildad que lo caracteriza, está muy por encima de lo que para él serían banalidades y a las que seguramente le pusieron mucho empeño quienes rodean al expresidente.  

No es una tarea fácil la que tiene Francisco de Roux al frente de la Comisión de la Verdad, en un país con un conflicto armado que dejó casi 263 mil muertos en 60 años, sin contar los registrados de 2018 a la fecha. ¿Quién ordenó estas muertes?, ¿quiénes las ejecutaron?, ¿quiénes se beneficiaron?, ¿por qué nunca las detuvieron a tiempo? ¿por qué no se ha hecho justicia? Son algunas de las preguntas que una inmensa mayoría se hace y para las que todavía no hay respuestas, pero si muchas acusaciones desde todos los flancos. 

Comisiones de la verdad han existido muchas a lo largo de las últimas décadas para desentrañar los secretos de barbaridades cometidas, durante dictaduras como las de Bolivia, Uruguay, Chile o Argentina; en guerras internas como las de Perú, El Salvador y Guatemala; o en fenómenos sociales violentos como el Apartheid en Sudáfrica. Solo por mencionar unas, de las tantas surgidas desde el famoso Juicio de Núremberg con el que castigaron a algunos de los responsables de crímenes contra la humanidad cometidos durante el Tercer Reich Alemán.  

La verdad ha sido objeto de múltiples e infinitas discusiones. Le coquetean, la endulzan, la maquillan, la esconden, la pisotean. La han buscado desde eras remotas y, con seguridad, nadie tiene la autoridad divina de poseerla de forma absoluta, aunque todos, sin sonrojarnos, hemos dicho: “Es mi verdad”. Es tan diversa que en el diccionario de la Real Academia Española hay siete significados para definir ‘verdad’.  Y aunque los dos primeros la dejan como algo que se adapta a interpretaciones individuales, yo prefiero quedarme con que la verdad es la mezcla de dos puntos allí esbozados: (4) “Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente”; y, (7) “realidad”. Y es esa realidad, la verdad que buscamos desde tiempos históricos, tanto que la Biblia registra que Jesús dijo “… la verdad os hará libres”.  

En el conflicto colombiano hay muchas verdades ocultas, que algunos cuentan y otros esconden por diversas razones, como sucede con personajes como Iván Márquez y El Paisa o Macaco y Don Berna. Nada más dañino para la sociedad, como doloroso para las víctimas, que pasar la página sin que el país sepa qué sucedió.  

Por esto sorprendió tanto que Álvaro Uribe le haya planteado al padre de Roux “un borrón y cuenta nueva” o “una amnistía general” para lograr la paz en Colombia. La “asimetría en la justicia” que Uribe plantea para justificarla puede ser buena, pero si no hay un total esclarecimiento de los hechos sería un entierro de quinta para la verdad. No contarle al país lo sucedido en las décadas recientes es cumplir una famosa sentencia del político y filósofo romano Cicerón: “La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio”.

Juan Carlos Aguiar

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