Regreso al infierno

Dicen que la explosión se escuchó varios kilómetros a la redonda. No era para menos, el poderoso carro bomba fue detonado en la tarde del pasado viernes frente a la Alcaldía de Corinto, en Cauca, regresándonos a las noticias sobre terrorismo. Esta vez fueron 43 heridos. 43 personas, colombianos inocentes, hombres y mujeres que terminaban su semana laboral sin mayores ambiciones que regresar a sus casas, al lado de sus familias, a la seguridad de sus hogares. Una vez más la violencia golpeó un rincón de Colombia y desató una rabia visceral y deseos de venganza desde las redes sociales. A eso nos hemos reducido los colombianos, a disparar nuestros odios desde los teclados de un computador y desde las pantallas de celulares y tabletas. Mientras tanto, pocos se detuvieron a pedir por esas 43 personas, seis de ellas en estado de gravedad que luchan contra la muerte en los hospitales.

Ojalá aprendamos

El anuncio hablaba de una semana, quizás dos, y fue generalizado. Colegios, empresas grandes y pequeñas, casi la sociedad en general, en la inmensa mayoría de los países del mundo, iniciaron una cuarentena como la que no se había vivido en décadas, desde la famosa Gripe Española que, entre 1918 y 1919, dejó más de 50 millones de muertos y alrededor de 500 millones de contagiados. Cien años después repetimos la historia sin que, por fortuna, alcancemos esos desastrosos números del siglo pasado. Un virus, microscópico, imperceptible hasta que nos ha golpeado, desató el pánico generalizado.

Enseñanzas de un amigo

Se fue el domingo en la mañana, hace una semana exactamente. Partió de forma tranquila, mientras dormía, luego de decirle a su familia que estaba “preparado para un hermoso viaje”.

Súper mujeres

Hay instantes que se extrañan de esa antigua normalidad que vivíamos antes de la pandemia. Para mí, verla pasar sonriente cada tarde junto a mi escritorio en el edificio de Noticias Univision en Miami, es uno de ellos. “Hola mi Negra”, ha sido siempre mi saludo para ella, recibiendo como respuesta “Qué hubo parcero, ¿cómo está la Cucha”, refiriéndose a mi esposa.

6402

Un número que refleja la magnitud de la barbarie, de la mentira, de la indolencia. Una cifra que nos recuerda que en Colombia lo absurdo es posible.

La verdad Amenazada

Esta semana, en la soledad de mi casa, reflexioné una vez más sobre el rol de los periodistas en la sociedad actual y lo resumí en un pensamiento simple, que para mi es la esencia de lo que he querido aplicar y reflejar en más de dos décadas de ejercicio en este oficio. “Muchos sueñan con ser parte de la historia, yo solo quiero ser testigo de ella para contarla”, escribí en mis redes sociales como un mensaje de felicitación a todos mis colegas y amigos periodistas en Colombia. Como cada año el 9 de febrero se conmemora en el país el día del periodista, recordando que, en esa misma fecha, pero hace 230 años, el cubano Manuel del Socorro Rodríguez de la Victoria fundó Papel Periódico de la Ciudad de Santafé de Bogotá, el primer periódico de la capital colombiana. Una fecha importante para tener en cuenta ahora que el periodismo, a nivel mundial, enfrenta retos gigantes en medio de la sobresaturación de información que ronda a la humanidad, mucha de ella engañosa o falsa.

Entre la espada y la pared

Cuando estudiaba cuarto de primaria, hace años, viví una experiencia inolvidable. Mi papá trabajó en una plantación de palma, en Villanueva, Casanare, y empeñado en no dividir la familia nos inscribió en una escuela rural, cerca de la finca. Eran dos salones con dos profesoras para los cinco grados de primaria: uno para primero, segundo y tercero, y otro para cuarto y quinto. Mi hermano estuvo en uno y yo en el otro. Los hijos de humildes campesinos fueron nuestros amigos en una maravillosa aventura que se extendió por pocos meses.

Bien, gracias

El presidente Iván Duque sigue con su programa “Prevención y Acción”, como el único presentador de televisión al que el raiting no lo preocupa, a pesar de perversos resultados. Y no hablo de su presidencia, hablo del show televisivo. Usuarios de redes sociales registran, con fotografías, que “Prevención y Acción” ha tenido días en que menos de diez personas lo estarían viendo para informarse sobre la pandemia.

Vientos de paz

Vi la ceremonia en el televisor de mi escritorio y, sin darme cuenta, se me escaparon algunas lágrimas. Un compañero, al verme, me preguntó si estaba bien. —Veinte años contando historias de guerra en mi país y hoy no estuve para contar historias de paz—, le respondí señalando la pantalla. Era 26 de septiembre de 2016 y luego de décadas de conflicto, las Farc firmaban en Cartagena un acuerdo de paz con el gobierno.

Pánico digital

Mi celular se empezó a llenar de notificaciones, incluso de personas de las que hacía mucho tiempo no sabía. Muchos de mis contactos habían comenzado a usar otras redes destinadas a la mensajería instantánea. “¡Fulanito usa Signal!”, “¡Sutanito usa Telegram!”. Una estampida masiva hacia aplicaciones que existían desde antes, pensando, quizás, que estas son la gran novedad. Y no lo son. Muchos quieren abandonar WhatsApp, como si este grande de la tecnología propiedad de un gigante mucho más grande, fuera un barco que lentamente se hunde y que ha sido desahuciado por sus propias políticas, todas apocalípticas para los secretos que cada uno esconde en sus conversaciones privadas.