Para desazón del puñado de productores interesados en distorsionar la información y dañar la imagen del gremio –por razones que ignoro–, fue el propio Ministro de Agricultura, Juan Camilo Restrepo, el encargado de aclarar los determinantes técnicos que llevaron a su cartera a establecer la restricción y reiterar la autonomÃa gubernamental para expedir el Decreto 2000. Aclaraciones que él habÃa expresado en Sincelejo y que refrendó en El Nogal.
Con estas premisas, yo también quiero precisar el alcance de Fedegán en este asunto. Los antecedentes los consigné en la carta que dirigà al Ministro en agosto de 2010 y que mis detractores publicaron, arguyendo que habÃa originado la decisión que adoptó el Gobierno un año después –junio de 2011– para limitar el comercio de reses. Mi comunicación buscaba advertir las dificultades que enfrentaba la ganaderÃa. En 2009 Venezuela habÃa roto relaciones con Colombia y la bonanza que en 2008 generó divisas ganaderas por 750 millones de dólares, habÃa terminado.
Algunos indicadores daban cuenta de una caÃda del 99 por ciento en las exportaciones y aumento en costos de producción. El precio del kilo en pie que habÃa crecido, cayó entre 20 y 25 por ciento, pero no ocurrió lo mismo con el precio al consumidor. Perdimos cuatro kilos en el consumo interno y se desplomó en 30 por ciento el ingreso de los productores.
RecogÃamos las consecuencias de concentrar nuestras ventas en una plaza inestable y de un intercambio signado por la especulación y las distorsiones cambiarias.
El proceso habÃa propulsado de manera irreal el precio del ganado, estimulando la liquidación del hato, especialmente de hembras, para responder a la demanda venezolana de carne y principalmente de animales vivos de Colombia, que entre 2005 y 2008 aumentó en 275 por ciento.
La meta para algunos importadores venezolanos fue ganar el diferencial cambiario entre la tasa oficial y la del mercado y, para los nuestros, aprovechar la bonanza, que algunos interpretaron como “todo valeâ€, incluso recurrir a exportaciones ficticias.
Mi solicitud nunca fue otra, que la de andar con pies de plomo en la reapertura del mercado venezolano. Necesitábamos atajar una corrida masiva de animales que afectara el inventario –maltrecho por el comercio irregular y la ola invernal– y sus efectos en inflación y consumo. Asà lo refrendé en otra carta de principios de este año, cuando prosperaban las mesas binacionales, en las que se esbozó el interés de Venezuela en adquirir 220 mil animales vivos y ni un kilo en canal.
Para entonces, cuajaban nuestros intentos para diversificar mercados de exportación y nos tomó por sorpresa la Resolución 161 del 21 junio, que autorizaba cupos de máximo 90 animales para cualquier destino y abrÃa la exportación hacia Venezuela.
Reiteré mis prevenciones –en la misiva del primero de julio– y advertà la inconveniencia de la medida en una coyuntura sustancialmente diferente. De hecho, cerraba cualquier posibilidad de entrar a El LÃbano, que nos exigÃa 9.500 animales por envÃo.
La liberación de las exportaciones de bovinos machos, conservando medidas preventivas en materia de vientres, cerró para mà este lamentable capÃtulo. Sólo he vuelto al mismo para comprometer a los ganaderos en temas de envergadura.
El futuro pasa por comprender las transformaciones de la economÃa mundial, sofisticar la oferta y golpear en donde podamos entrar con diferencial de precios y pago transparente.
Será un futuro matizado por una agenda crÃtica para al campo, que vuelve a ser bandera polÃtica con el fantasma de la reforma agraria redistributiva y más impuesto sobre el predial.
(*) Presidente Ejecutivo de Fedegán.
@jflafaurie
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