Lexicón de la pandemia

libardo Vargas Celemin

Paradójicamente lo que estamos viviendo desde hace unos meses ha constreñido físicamente nuestra movilidad, pero a la vez ha expandido el uso de una serie de términos que se volvieron parte del lenguaje cotidiano de los medios y es asimilado por millones de hablantes en todas las lenguas. Una evidencia de este proceso corresponde al ejercicio virtual que adelantó una alumna, a quien el tutor le solicitó redactar una carta imaginaria a un pariente que desconoce nuestra situación.
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Querido abuelito:

 Confieso que he sido ingrata al no haberle escrito antes, pero el ritmo del  estudio y del trabajo no me dejaba tiempo para hacerlo, sin embargo, vea cómo son las cosas, el confinamiento al que estamos sometidos por la pandemia ya superó la cuarentena  y parece que tendremos que esperar mucho tiempo para que el pico llegue a la cúspide, por eso  tengo un espacio para escribirle a mano, porque bien sé  que donde estás, no ha llegado, ni llegará la tecnología. Cuando la termine acudiré a un domiciliario para que la lance al viento, como única posibilidad de que le llegue, porque ni pensar hacerle  una video-llamada.

 Quisiera decirle que estoy bien, pero no es así. Salir a la esquina es un complique. Debo cumplir un protocolo, usar tapabocas que aprietan la nariz y dejan huellas en el rostro. Si  uno va al centro comercial tiene que hacer una larga fila y oficiar el ritual de la bioseguridad: lavarse las manos,  untárselas  de un gel gelatinoso, desinfectar la suela de los zapatos y esperar que un resplandor en su cuello marque los grados de la temperatura corporal. Si tiene que hacer un trámite bancario debe hacer una  fila serpenteante, guardar dos metros de eso que ahora llaman distanciamiento social  y soportar  la fea costumbre de emperifolladas damas que intentan “colarse”, o el hombre  que le dice al portero que necesita hablar con el gerente, su amigo, cuando todos saben que la gerente es una mujer.

Lamento contarle estas cosas, pero ahora solo se habla de Ucis, ventiladores, pruebas y vacunas. Los niños reciben clases virtuales y solo sueñan con los vientos de agosto para alcanzar la libertad. A sus amigos no los he vuelto a ver, porque les prohibieron tomar el sol y el ejercicio en la mañana, las visitas al médico en las tardes y las tertulias  al anochecer. Ahora  estamos pendientes de las estadísticas.  Recitamos las cifras de contagiados, asintomáticos, recuperados, y cómo si fuera una competencia  apostamos a  vaticinar  el porcentaje del  aumento diario de la letalidad.

Bueno abuelito, le prometo  que le  estaré escribiendo. No le digo que se cuide, porque ya no lo necesitas, tampoco le envío un abrazo, porque también los prohibieron.

Lina Marcela

LIBARDO VARGAS CELEMIN

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