Aislamiento selectivo

libardo Vargas Celemin

Gaby, a sus cuatro años no comprende los eufemismos que usa el Presidente en sus discursos, pero sí celebra que muy pronto podrá volver a salir a la calle, como le explicó su mamá, aunque tenga que seguir usando el incómodo tapabocas, así tenga las figuras de Mickey y Minnie, sus personajes favoritos. Además no puede jugar con los niños del barrio o en los pasillos de los centros comerciales, ni ir al colegio, porque el virus sigue agazapado a la espera de sus víctimas. Cada que regrese a casa deberá cambiarse de ropa y bañarse, sin olvidar que el jabón y el gel son el muro que pueden protegerla.
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John, quien desconfía del Gobierno, a veces cree que el Covid-19 es un invento para controlar a  jóvenes y viejos, por eso sale de su casa, se echa el tapabocas en el bolsillo y se dirige a buscar el “parche” que lo espera en un parque cercano, para iniciar la aventura del día. Su viejo no ha podido trabajar, porque en la esquina de la calle donde tenía  su puesto de dulces, ya no pasaban ni siquiera los niños. Ahora es él quien debe llevar algo de comida para sus padres, mientras su madre desde la ventana hace meses que agita la bandera roja, cada que pasa un vehículo oficial y no se da el milagro de la ayuda que pregonan.

Alirio, despedido tan pronto se inició la cuarentena, espera que alguien lo enganche de nuevo y pueda vencer las afugias económicas y emocionales que ha tenido que sufrir. Acepta la decisión de poder caminar todos los días, porque aspira llevar su hoja de vida a las pocas empresas que aún sobreviven, aunque piensa que esa decisión no es del todo acertada, porque si bien da apertura a la reactivación económica, también lo hace con la indisciplina social. Se imagina las calles céntricas atiborradas, las busetas con pasajeros colgando en los estribos, las multitudes en las entradas a las EPS  en busca de una consulta, las filas sin distancia en los bancos y las plazas de mercado, como si  fueran estadios, donde todos se juegan el partido decisivo entre la vida y la muerte.

Mardoqueo, 78 años de edad, viudo, pensionado, cuatro hijos que viven en otras ciudades y lo llaman rara vez. Tiene dificultades de movilidad y asegura que él no va a salir a los cafés donde tertuliaba con amigos, porque están cerrados. Tampoco recorrerá las calles para no ver los fatídicos avisos de se vende o se arrienda por todas partes. Se quedará en su casa esperando que la vida le de nuevas oportunidades.

Y usted... que sí sabe de autocuidado, distanciamiento social y conciencia ciudadana, ¿qué hará ante este desafío?

LIBARDO VARGAS CELEMIN

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