Los autogoles del fútbol colombiano

libardo Vargas Celemin

Hablar del fútbol es tan intrincado como las gambetas que se tejen para terminar en gol. Esa catarsis colectiva que genera un partido de fútbol, puede terminar hasta en la misma muerte, un solo ejemplo, lo ocurrido en la guerra de las cien horas entre el Salvador y Honduras, año de 1969, con saldo de más de tres mil víctimas o los asesinatos que suceden continuamente por los enfrentamientos entre los fanáticos de equipos rivales. En un poco más de un siglo el fútbol pasó de ser un juego entretenido practicado en los colegios ingleses a transformarse en una empresa multinacional regentada por la FIFA, cuyo poder autocrático muy pocos pueden interpelar.
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El fútbol, según lo repitiera en varias entrevistas, el escritor uruguayo Eduardo Galeano, “es el espejo del mundo y la realidad”. Si miramos la sociedad colombiana vemos el dramático reflejo. Pensemos que no hay sustanciales diferencias entre directivos de clubes profesionales y la mayoría de la clase política, ambos defienden intereses individualistas, mientras los electores se consumen dramáticamente en la pobreza, la mayoría de jugadores de balompié reciben sueldos irrisorios y su carrera por llegar al estrellato es un verdadero viacrucis, pues tienen que aceptar su rol siempre de actor sometido a las decisiones que, entre bambalinas, tomen los dueños de su futuro.

Por eso, algunas veces se venden por unas monedas cuándo el fútbol abandonó su papel de juego desinteresado y la pasión se convirtió en obsesión, apareció la violencia con todos sus matices. Las fuerzas emergentes del narcotráfico a finales de la década de los ochenta, pusieron la mira en algunos equipos, cooptaron jugadores, amenazaron árbitros, secuestraron, y hasta asesinaron a Álvaro Ortega el 15 de noviembre de 1989. Como siempre, nunca se detuvo a los responsables, pero era un rumor unánime: “lo mató el cartel de Medellín”. También los apostadores, años después le cobraron a Andrés Escobar un error que eliminó a Colombia, lo expulsaron de este mundo.

Un gol olímpico trató de meter la Dimayor con la boletería del mundial de Rusia 2018. Este proceso que todavía se adelanta demuestra que la estructura del fútbol colombiano está permeada por la corrupción y la complicidad de los entes de control y de la justicia. 

El último autogol para el desprestigio del fútbol colombiano, se acaba de cometer en Villavicencio, el pasado sábado. La jugada que le dio el ascenso a la primera categoría al Unión Magdalena, ha despertado una gran polémica internacional por la supuesta complicidad de jugadores del equipo llanero, en la anotación.

Llegó la hora de replantear el fútbol profesional, establecer controles estrictos, democratizar su acceso accionario, no para enriquecimientos individuales, sino para fusionar la pasión del fútbol con el apoyo de los verdaderos hinchas.

LIBARDO VARGAS CELEMIN

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