La vida por una novela

libardo Vargas Celemin

El viernes pasado, en el oeste de Nueva York, mientras se preparaba para iniciar una conferencia, el escritor británico, de origen indio, Salman Rushdie fue atacado por un joven de 24 años, quien le propinó varias puñaladas en su cuello, brazos, hígado y en un  ojo, parece que en cumplimiento de la orden emitida por el Ayatolá Jomeine, líder del pueblo iraní, quien en el año 1988, a través de una fatua (edicto) planteaba: “Estoy informando a todos los valientes musulmanes del mundo que el autor de ‘Versos satánicos’, un texto escrito, editado y publicado contra el Islam, el profeta del Islam y el Corán, junto con todos los editores y editoriales conscientes de su contenido, están condenados a muerte”.
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Durante más de treinta años Rushdie experimentó la gran presión de permanecer escondido, protegido en el Reino Unido por la  Scotland Yard, pero pese a su situación de movilidad continuó escribiendo y publicando novelas, esta vez con el seudónimo de Josep Antón y cuando creía que el peligro había pasado se radicó en los Estados Unidos y comenzó a dictar conferencias en diversos lugares del mundo. Por ejemplo sorprendió a los asistentes a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y allí disertó sobre su obra y su experiencia de perseguido, la cual resumió: “cuando tenemos un reto en la vida, cuando cosas extraordinarias vienen a atacarnos, a veces encontramos en nosotros esa profundidad, ese recurso, esa magia, esa fuerza con la que podemos resistir y responder hacia lo que viene contra nosotros.”

La mayoría de escritores e intelectuales del mundo entero condenaron este acto fundamentalista. La escritora Susan Sontag encabezó su defensa y el famoso crítico palestino estadounidense Eduard Said firmó una proclama con otros  pensadores, donde afirmaban: “Ciertamente  los musulmanes y otros tienen derechos a protestar contra los versos satánicos, si sienten que la novela ofende su religión y sus sensibilidades culturales (…) pero llevar la protesta y el debate al ámbito de la violencia intolerante, es de hecho la antítesis de las tradiciones islámicas de aprendizaje y tolerancia”.

Salman Rushdie subestimó el fanatismo islámico y creyó que treinta años después de su condena a muerte, los islámicos la habían olvidado. Pero el joven Hadi Matar, norteamericano, simpatizante de la guardia revolucionaria iraní, estaba allí para cobrarle la  blasfemia sobre los símbolos del islam, recordándole al mundo que la parodia como recurso literario puede ser letal

Los “Versos satánicos” se dispararon de nuevo, pero esta  vez su autor lucha por sobrevivir en un hospital norteamericano y el arte recibe nuevas estocadas por parte de la incomprensión y el dogmatismo de quienes creen que la violencia es la única forma de borrar la imaginación y la creatividad del ser humano.

LIBARDO VARGAS CELEMÍN

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